martes, 25 de febrero de 2014

Lo que demanda el público

  Cuando el Guerra dio la orden a sus picadores para dejarse de tando picotazo inútil y caldear severamente el morrillo de los toros, el II Califa cordobés ya había hablado con el público, conocía sus demandas. No se trata de ninguna casualidad. De este modo, los toros permitían más lucimiento en el tercio postrer, y a partir de ese momento se empezó a vislumbrar la lidia moderna. Es algo que todo el mundo conoce en esto de los toros, la comidilla de todas las tertulias, la frase de todos los reportajes ganaderos, el recurso del espada en apuros: Lo que demanda el público. Ha sido así desde siempre; el Pasmo de Triana, por ejemplo, a nadie se le ocurre pensar que su quietud hierática y su toreo de brazos que tanto marcó en adelante fuese cosa suya, fruto del toreo empírico fraguado a la luz de la luna y una personalidad fuera de lo común. De ninguna manera. El Pasmo, como todo el mundo sabe, era un hombre inclinado a las relaciones sociales intelectuales, por ello estaba bien informado de lo que demandan los públicos. Algo parecido ocurrió con José, cuando se puso a encadenar muletazos en redondo, uno detrás de otro. Era tal la demanda del público por estas nuevas formas que tuvo que proyectar las plazas monumentales con capacidad para decenas de miles de publicos.
  Los ganaderos, advertidos por la demanda del público, qué duda cabe, seleccionaron un toro propenso al tercio de muleta, de tal modo que llegó el IV Califa de Córdoba, Manuel Rodríguez, y, alentado por la demanda del público, sublimó el arte del toreo con la perfección que hubieran soñado para sí los genios sevillanos de Gelves y de Triana, combinando ligazón, técnica y temple en el espacio de un baldosín. Pero el público soberano nunca se contenta, quiere más, por eso demandó a Dámaso la faena de ciento cincuenta muletazos cantados por el graderío; y a Ojeda, la invasión de terrenos reduciéndolos a cero, brotando por aquellos años 80 el fabúloso y espléndido pase circular, en todas sus modalidades.
   Andando el tiempo, pasados ya los años en los que el público demandaba el toro elefante que no dejaba de caerse, llegamos a nuestros días, en los que el público demanda el toro que da coces en los jacos, la lidia rápida y al relance, los primeros tercios inexistentes... y faenas de muleta largas, muy largas, cuanto más largas mejor, sin importar como se ejecute la suerte de matar.
  Solo hay que entrar en una taberna en un día de toros: "Muy buenas, ¿es usted el público? / Sí, soy yo, qué desea / Dígame, qué espera de la tarde / He venido a divertirme / ¿Y qué le divierte, ver al servicio de carpintería de plaza arreglando burladeros, los toros arráncandose fogosos a todas las provocaciones? / Pero qué diantres dice usted, está loco; he venido a ver cómo cortan orejas los coletas, eso es lo que me interesa / Es complicado, tenga en cuenta que esta es una plaza exigente / ¡Que va! El torero solo tendrá que prolongar la faena hasta la extenuación, sin necesidad de usar la mano izquierda, culminando con unas buenas manoletinas o circulares, cruzando miradas con los tendidos, una estocada efectiva y toda la cuadrilla empleada en derribar con celeridad al animal. Es sencillo / Tiene usted razón, cómo no se me había ocurrido. Que pase una buena tarde / Pero oiga, espere / Dígame / Al toro, si colabora con el torero, lo vamos a indultar por bueno, no se piense que nos olvidamos del animal / Ah, bien... / Los animalistas nos lo agradecerán / Ya me imagino... / Lo ve, anímese, va a ser una gran tarde / Que así sea. Gracias, buenas tardes / Adiós amigo".

   Ya ven, así ha sido, es y será. Es lo que demanda el público, por eso el toreo es como es y será como el público quiera. ¿O no?


Triple circular invertido con tirabuzón, por El Juli, Perera y Matias Tejela. Lo que demanda el público y está deseando ver en las plazas

lunes, 10 de febrero de 2014

La casta es la fiesta

 

Por Andrés de Miguel

 
Valdemorillo es un buen pistoletazo de salida de la temporada. El viento, la lluvia y el frío se quedan fuera de la grande y fea plaza cubierta donde se disfrutan unos carteles modestos e interesantes para muchos aficionados.

El atractivo de la pequeña feria de tres días estaba en la corrida de Ana Romero, inhabitual en Madrid y siempre llamativa por encastada. Una corrida de presentación nada espectacular con toros atacados de kilos, pero con un tesoro en sus embestidas: la casta.

Obedientes a los cites, acudían siempre con una embestida nada bobalicona. Cada pase había que ganarlo pero los toros respondían con fijeza y no permitían descuidos, que por otra parte nunca ocurrieron.

Castaño y su explosiva cuadrilla empezaron la temporada sin que todo este invierno de premios y reconocimientos haya mermado su disposición. El propio Castaño sacó una tanda de naturales de mucho mando, exposición, aguante y mérito en su primero. Paulita volvió a ser el torero que recuerdo de hace una década con su mezcla de decisión, elegancia impostada y parsimonia que hacen de él un torero interesante de ver. Escribano menos a gusto que con los bobalicones Algarra del día anterior, parece seguir su proceso de recuperación tras la tremenda cornada.

La docilidad de los juampedros de Luis Algarra protagonizó unas faenas sin ninguna emoción, absolutamente previsibles y que si para algo sirvieron fue para ver el oficio de David Mora y la intrascendencia de Saldívar.

Los de Prieto de la Cal tuvieron bonitas capas jaboneras, barrosas y demás tonalidades rojizas junto a feas hechuras, escasas embestidas y poco interés, si bien dos de ellos sacaron algo de movilidad para justificar el viaje.

La enorme diferencia entre la casta noble de los santacolomas de Ana Romero, y la mansedumbre obediente de los Algarra, marca el camino de la tauromaquia. Una fiesta que propicia el interés, el riesgo y por tanto el mérito y en su caso la belleza y por tanto la trascendencia o bien una diversión menor para pueblos en fiestas que encara un proceso cierto de decadencia y banalidad.

Fotos El Esportón
 

Diccionario taurino: torito bajo el brazo


‘Encá’ Garcigrande

lunes, 3 de febrero de 2014

Rumbón, de Torre y Rauri


Rumbón

lidiado en Madrid el 21 de Junio de 1850 - Último toro que toreó el célebre Francisco Montes (Paquiro)
De la vacada de Torre y Rauri (casta jijona) procedía "Rumbón", que fue fogueado por su mucha cobardía * Muy abanto y obligado acometió dos veces a los caballos, pasando a muerte,  "receloso" y de "sentido". En el tercer pase de muleta intentado por el gran MONTES, con la mano que generalmente se toreaba entonces, fue enganchado por la pantorrilla izquierda y retirado a la enfermería acabó con "Rumbón" JOSE REDONDO (El Chiclanero), de una soberbia estocada "arrancando".
Reconocido MONTES, resultó tener una herida encima del tobillo y otra muy grave en la pantorrilla izquierda * Curado casi, en los primeros días de septiembre, marchó a Chiclana a fin de restablecerse; pero unas calenturas intensas y constantes se apoderaron de "Paquiro" hasta que acabaron con la existencia del torero sin rival -según cuentan las crónicas de su tiempo- que falleció en 4 de abril de 1851 (a los 46 años de edad).