domingo, 28 de diciembre de 2014

El pico de José Fuentes

  Entrevista con el el matador de toros, José Fuentes, en el número 26 de la revista Taurodelta:

- Hablemos de su polémica relación con la plaza de toros de Las Ventas y con su afición. Allí ha toreado 36 tardes, ha cortado 11 orejas y ha salido en hombros en una ocasión: el 12 de octubre de 1981.
- No creo que fuera polémica, para nada. La afición de Madrid de antes, te hablo de hace veinticinco años para atrás, era la hostia de buena, sobre todo los tendidos ocho y nueve. Muchos aficionados, como aficionados, podían ser incluso figuras del toreo de lo que sabían. Luego se fue creando un malestar en el siete, en mi opinión provocada por un sector de la prensa, concretamente por Alfonso Navalón. Pero a Madrid le estoy profundamente agradecido, y jamás le he reprochado nada. Le estoy agradecido por exigirme tanto. Para mí era una satisfacción, porque veían las cualidades que Fuentes tenía como torero, y querían más.

- Pero la exigencia puede tornarse intransigencia. Y a lo mejor no le daban la oportunidad de desarrollar lo que llevaba dentro.
- Bueno, con Madrid también he tenido mis peleas, como en cualquier relación, y en ocasiones he llegado incluso a encararme con el público. Pero yo no me afligía nunca, al contrario que otros. Mi toreo también necesitaba de un toro que colaborara, y ellos querían verme con todos. Y ahí es cuando me daban fuerte, porque creían que por mis condiciones podía pegarle pases a todos los toros. ¿Qué metía el pico de la muleta? No era el único. El noventa y nueve por ciento de los toreros lo hacían. Pero a alguien tenían que colgarle el sanbenito, y me tocó a mí.

- Creo que tiene una anécdota de arte con el tema del pico…
- La anécdota a la que te refieres sucedió la tarde de la confirmación de alternativa de Paquirri en Madrid. Sin coger la muleta, empezaron a meterse con el pico. ¡Y venga con el pico! Así que, harto de tanta protesta, me fui derecho a la barrera, pedí la puntilla y a la vista de todos corté el pico de la muleta. Para callar bocas. Pero resulta que al volver a la cara del toro el tío de las voces seguía protestando. Ese era el ambiente. Menos mal que la afición terminó echándolo de la plaza. Llamaron a la Policía y se acabó el tema. A ese toro le corté una oreja. Tú dime ahora que torero no mete el pico. A veces pienso que debería cobrar una patente (risas).


   -o-


Revisando lo sucedido en la confirmación de Paquirri el 18 de mayo de 1967, con toros de Juan Pedro Domecq, Paco Camino de padrino y José Fuentes de testigo; el cronista de El Ruedo no cuenta la misma anécdota referida por el matador en la revista Taurodelta. Si hubo reclamaciones por parte de los tendidos pero el torero aguantó el tirón y no hizo el número de cortar la muleta. El cronista lo comenta así:

Pomposo incienso en el éxito de José Fuentes, artista esencial y torero de pundonor. Cuando empezó su primera faena a un cuajado toro de Juan Pedro, uno de los de buena nota de la Feria, tras haberse embalado en ovaciones a sus verónicas llenas de belleza, le gritaron desde una grada:
- ¡Toreas con el pico de la muleta!
Y era verdad. Sin duda era el tanteo inicial para centrarse con el toro en el período nuclear de la faena, pero esta voz -a la que rindo desde aquí público agradecimiento- fue el acicate que le despertó a la competencia con el tendido [...]

  Llama la atención el cronista, que firma "Don Antonio", agradeciendo la voz de recriminación y además dándole razón. Hoy, ante estas situaciones, los "críticos" se despachan a gusto con los aficionados deseándoles todo tipo de maldades, señalándolos y conspirando contra ellos. El público que vocifera falla y se equivoca muchas veces, hay que decirlo, pero también acierta, y un buen crítico habrá de reconocerlo. En cualquier caso esa comunicación que se produce en Madrid entre el público y el torero, siempre que se haga dentro de unos límites, en unos casos con chispa castiza y en otros con fundamento, es una de las maravillas que tiene Madrid desde tiempo inmemorial. A mi me agrada, me resulta atractivo. No soporto las plazas que tragan con todo tipo de abusos y callan. Cuando los coletas se percatan que hay tolerancia y vía libre para sus triquiñuelas acaban con cualquier coso.

  Volviendo al tema que nos trae, el caso de cortar un trozo de muleta, según cuentan las crónicas ocurrió un miércoles 27 de mayo de 1970, con toros de Salvador Domecq, compartiendo cartel con Julián García y confirmación de Manuel Rodríguez. La pluma de Don Antonio lo narra de este modo:


José Fuentes cae con frecuencia en este vicio aliviador. Ya me referí el día de los morenoyagües a su polémica con los de la andanada del 8, en que nada se resolvió . Por eso, al empezar su faena a "Despechugado" (que se lidió con gran bronca por su carita joven y desmedro de toro sin hacer), rebrincado en un primer puyazo casual, bien picado en otra vara y una tercera puya sin recarga, los de las alturas volvieron con su sonsonete: "El pico... pico... pico..."
El matador interrumpió la faena, fue decidido a capotes, pidió una navaja -¡no se asusten, no hay drama!- y capó la muleta, cortando moco de pavo que la remataba.
- ¡Ahora vamos a ver torear! -pienso para mi capote.
Y mi extrañeza es grande al ver que Fuentes se coloca de frente, para el cite, pero presenta la muleta... de perfil. Como antes, para ahora torear con el pico... sin el pico. [...] Siguen disconformes con él, y José termina con "Despechugado" de media con pérdida de la muleta, metisaca, estocada corta y descabello.
  La foto de la discordia:


  El pico, recurso admitido para toros que acortan el viaje, propensos a colarse, trajo sus más y sus menos con el público a este torero de Linares que cosechó numerosos triunfos en la Plaza de Las Ventas. Torero de marcada personalidad, muy vertical y dotado de un gran sentido del temple.

   Sirva de ejemplo estas fotos de su presentación como novillero en Barcelona en julio de 1963. 





viernes, 26 de diciembre de 2014

Estudiante, de Alonso Moreno de la Cova


  Lidiado y estoqueado por Francisco Marco en la Plaza de Madrid, en festejo celebrado el 24 de agosto de 2008. El resto de la corrida dio mal juego, otro fue devuelto al corral, pero sobresalió este ejemplar, cinqueño, con un trapío representativo del encaste Urcola y 502 kilos en la báscula, apodado Estudiante. Recibió una fuerte ovación en el arrastre.
  Se trata de la última corrida completa que el legendario hierro de la puya lidió en Madrid.

  El libro de crónicas de la temporada que edita la Asociación El Toro de Madrid, dice: "El segundo, que le tocó a Francisco Marco, fue el mejor de la tarde. Bien en el caballo, aunque pésimamente picado. Debió entrar por tercera vez, ya que tenía casta, bravura y fuerza suficientes. La pena fue que nada más empezar la faena dio una aparatosa voltereta a cámara lenta que creo le dañó de alguna manera. Aun así le hizo una faena decorosa que fue empañada por el acero, con los cinco ya mencionados pinchazos y sus dos avisos. Con sus 502 kilos puso la plaza en vilo".


  Como saben esta ganadería ha desaparecido por una serie de circunstancias y el encaste Urcola se encuentra reducido a un número exiguo de reses, en peligro de extinción. Lo poco que hay se encuentra en tierras salmantinas. Ojalá los aficionados franceses se interesen por este encaste y le concedan alguna oportunidad antes de que lo poco que queda sea eliminado definitivamente. Hablo de los franceses porque aquí, en España, dependemos del sistema empresarial y las modas que impongan los taurinos, o las demandas del público como ellos dicen, por lo tanto es improbable que se acuerden de los urcolas. Una vez más lo digo y no me cansaré: El toro de lidia es un patrimonio que todos estamos obligados a preservar.

Bajo, manos cortas, morrillo prominente, bien colocado de defensas. Un alonsomoreno característico

lunes, 22 de diciembre de 2014

Otros tiempos (II)

En el primer tercio de la lidia tienen una influencia decisiva el peto, la puya, el puyazo y el quite. No estoy contra del peto, que, si técnicamente es inaceptable, lo acepto por urbanidad de la fiesta. Estoy contra el peto desproporcionado actual, que no es el que se aprobó reglamentariamente. Acepto el peto defensivo del caballo, no el peto defensivo de la torpeza del picador. No acepto el peto-muralla, el peto-tanque, contra el que se estrella el toro, se lastima el toro, se resabia el toro y entorpece la maniobra del toreo a caballo. La cuestión de las puyas es una vieja cuestión. Hay dos intereses encontrados: el del picador y el del ganadero. ¿Cuál de los dos tiene razón? Creemos que los dos estarían asistidos de razón si el ganadero enviara toros y el picador los picara. Pero ni lo que hace este se parece en nada a la suerte de picar, ni el toro que manda el ganadero es toro. Y esto lo saben los dos, el picador y el ganadero.


Gregorio Corrochano en Teoría de las corridas de toros. La foto es de Baldomero y Aguayo, fecha desconocida, en la Plaza de la carretera de Aragón.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

El desentendido entre Antonio Bienvenida y Livinio Stuyck

  Después del fenomenal triunfo de junio del 63 que contamos en esta entrada, Antonio Bienvenida no es anunciado para torear en Las Ventas en la siguiente temporada, don Livinio Stuyck no tuvo a bien contratarlo para la feria de San Isidro del 1964.
 ¿Y qué fue lo que pasó? ¿Acaso necesitó asociarse con más toreros, fundar un grupo de "ges" para hacer la puñeta a los empresarios (fastidiando de paso a los aficionados que quieren verlos) y contar sus penas en los medios de comunicación? No, para uno de los toreros con más vergüenza torera que jamás hubo, la solución era más fácil que todo eso. Así lo cuenta Filiberto Mira en su biografía: 
Jamás llegaremos a entender la política de los taurinos, decimos esto porque Antonio con el cartel recrecido tras el sensacional triunfo del 30 de junio de 1963, no lo contratan para 1964 en Las Ventas. Se queda sin torear en San Isidro en la primera de Madrid. Va a la segunda: la de Vista Alegre, que en aquel mayo fue de verdad: "La Catedral del Toreo".
A los empresarios madrileños les replica Antonio encerrándose solito el día 15 de mayo en Carabanchel, con asaltilladas reses, cárdenas y entrepeladas de Félix Moreno de la Cova. No elige para la nueva gesta ganado de suavidades sino encastado en una de las razas de más solera.
No solo se encerró con seis toros de Saltillo, sino que se organízó una miniferia con dos novilladas incluidas

 A través de las fotografías y artículos que publicó la revista El Ruedo, veamos qué fue lo que sucedió...

Antonio salió cubierto. Pero tal fue el clamor en el púbico que hubo de quitarse la montera en mitad del paseo, y hacerlo descubierto. Antonio, gran torero: el público lo descubrio


El problema, ante el cartel de los seis toros de Saltillo, no era el de qué sabría hacerles Antonio, que bien probada tiene su clase impar en muchos años de veteranía en los carteles, sino qué ánimos traería a la plaza, la incógnita quedó pronto despejada: el paseo no lo hacía mi tocayo "Don Antonio", sino Antoñito Bienvenida, el torero joven, alegre, despreocupado, fácil, elegante, que sin esfuerzo resuelve problemas, cuida la lidia, pone garbo en cuento hace o dirige, y entre pase y pase encuentra tiempo para comunicarse con el público, trasmitirle la emoción del gran toreo, sonreír a Luis Miguel, a quien había brindado, como diciéndole:
- ¿Ves como tú también podrías estar en la arena y ayudar a poner las cosas en su sitio?
Fue, realmente, una corrida difícil de olvidar. No solamente por el gesto no nuevo de encerrarse con seis toros, sino porque en su lidia asistimos a una reivindicación apasionada y moza del toreo eterno, del gran toreo.

Cuando hubo que torear por lo hondo, cargar la suerte y asentar los pies en la arena, el capote de Antonio se movió con esa sencilla armonía llena de poderío en el mando

La sevillanía de la verónica temblaba la acometida, con la cara alta del saltillo

Sexto toro. Quite por verónicas. Pero el toro se revuelve rápido y no deja sitio para el nuevo lance. Antonio sale del embroque con el garbo tangencial de la garbosa chicuelina

Ya no se trataba solamente -para la afición enfervorizada- de asistir al triunfo clamoroso de un torero con privilegiadas dotes parra el arte, sino de entablar polémica sobre los rumbos actuales del toreo. Y cuando el tendido hizo callar a la banda de música durante la lidia del sexto toro, no fue solo porque el pasodoble tenía signo contrario al de la faena, sino porque cuando esta es grande la mejor música, la incomparable, es la de los "olés". Hasta en eso fue original, y variada, y torera la gran tarde de Antonio: es la primera vez en mi vida que he visto una faena remontarse por encima de la música que la amenizaba.

"Brindo por el señor presidente y por la afición que ha venido a verme", dijo Antonio en su primer brindis. Y, efectivamente, eso fue la corrida. Una reválida para la eterna afición

Suave facilidad en el toreo en redondo. Armonía en el ruedo y pasión en los tendidos. Fue una corrida polémica sobre los rumbos del toreo. Se oyó: "Lo que se ha perdido don Livinio"

De las seis faenas -piezas de antología, cada una en su género- me quedo con la realizada al quinto toro. Un entrepelado, cornicorto y apretado, un tanto débil de patas, al que hubo que cambiar con un buen puyazo. Fue el brindado a Luis Miguel. Fueron diecinueve pases los que conté: tres por alto, para desengañar al toro, ligados a dos redondos tan bellos, tan fáciles, tan emotivos, que afloran las sonrisas al rostro lidiador y entabla ese diálogo de miradas con el brindado:
- ¿Verdad que esto es el toreo?
Y el público dice que sí.

El abrazo de Luis Miguel y Antonio. ¿Por qué se fue el uno? ¿Por qué se reserva el otro? Lamentaciones por los rumbos del toreo. Invitación al examen de conciencia de todos y cada uno

En el remate de trincherillas, cambios, giros -todo intacto, todo inspirado, todo creado para el momento- está todo un tratado de estética, que ni se aprende ni se puede aprender

Los espontáneos se precipitan, pero Antonio quiere abrazar a su padre y saludar y agradecer a sus cuadrillas antes de la salida en triunfo. Esta se hace con una vuelta a hombros y luego en una fuga juvenil, divertida, que rompe esa tradición de la preparada foto a hombros por la puerta grande. Salida triunfal de Antoñito, que en momentos magistrales reivindica su lugar de gran artista y director de lidia en todo cartel de auténtico postín. Lo demás, el peso de los años, la prudente cautela, el gesto de miedo quedan -en un gabinete íntimo de su casa- atormentando su retrato, el retrato de la plenitud torera de Antonio Bienvenida.

Abrazo de Antonio a su padre, don Manuel, entre el fervor de las tres cuadrillas. Los entusiastas esperan impacientes el momento en que el matador triunfante se deje llevar a hombros



El desplante, que no es alarde de temeridad, sino muestra de poder ante un toro dominado. Dominados fueron los seis saltilleros. Cinco orejas, traje limpio, peinado, impecable: Toreo

Vicente Zabala escribía un artículo titulado "Gracias, Antonio", del que entresacamos estas líneas:
Es curioso que para consumarse un hecho histórico, tal vez trascendental en la tauromaquia, como en cualquier faceta de la vida, se tenga que acumular un sinfín de circunstancias favorables y adversas. Una y mil veces me alegro de su no contratación en Las Ventas. Nos alegramos todos los aficionados, porque ha hecho posible que se puedan escribir estas efemérides inamovibles en la historia del toreo. Los jóvenes hemos visto torear. Los viejos han vuelto a ver torear. Pero no como José, aunque allí hubiera cosas de José -los jóvenes lo intuíamos; tampoco como Juan, porque aquello era el mismísimo Pasmo de Triana en versión quintaesenciada-. Y todo el toreo posterior. El arranque del inolvidable Manolo Bienvenida; la ciencia de Domingo Ortega; el poderío de Pepote; el duende de Cagancho y Curro Puya; la finura de Antonio Márquez... Todo, absolutamente todo, volvió a cobrar vida en la arena de Carabanchel. Y yo, que no había visto a todos esos toreros -y como yo todos los jóvenes- tuvimos que inclinar la cabeza reverenciosos y emocionados ante la verdad, ante el arte sin deformar, ante el toreo mismo que resucitaba entre repiqueteo de palmas y pasodobles.

El natural fue en Bienvenida instrumento de elegante belleza y pleno domino. Eso es naturalidad


Un momento muy de Bienvenida. El abaniqueo con la muleta desplegada, tomada por el extremo del palillo. De pronto la espada armará la muleta, y el remate será un grito: "¡Kikirikí!"


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¿Hay poco de esto ahora o es solo una sensación mía?


martes, 16 de diciembre de 2014

Otros tiempos

  Me había hecho con seis entradas para los toros. Tres de ellas eran barreras, la primera fila junto al ruedo, y las otras tres eran sobrepuertas, asientos con respaldo de madera situados hacia la mitad del tendido. Mike pensaba que era mejor que Brett se sentara un poco lejos de la arena la primera vez que asistía a una corrida y Cohn quería estar con ellos. Bill y yo nos sentamos en la barrera, y la entrada sobrante se la di a uno de los camareros para que la vendiera. Bill le explicó a Cohn lo que tenía que hacer y cómo debía mirar para no impresionarse con los caballos. Bill ya había visto una temporada de corridas.
- Eso no me preocupa -respondió Cohn-. De lo que tengo miedo es de aburrirme.
- ¿De veras?
- No mires a los caballos después de que el toro los haya corneado -le expliqué a Brett-. Observa cómo ataca el toro y cómo el picador trata de mantenerlo a distancia. Pero si alcanza al caballo, no lo mires después de que haya recibido la cornada hasta que esté muerto.
- Estoy un poco nerviosa solo de pensarlo -dijo Brett-. Me preocupa saber si podré resistirlo hasta el final sin ponerme enferma.
- Lo soportarás. Lo único que debe preocuparte es esa parte de la corrida en que los caballos pueden ser alcanzados por el toro. Y solo dura unos pocos minutos con cada toro. Si las cosas se ponen feas, no mires.
- No le pasará nada -dijo Mike-. Yo me preocuparé de ella.
- No creo que te aburras -añadió Bill.
- Voy a ir al hotel a buscar los prismáticos y las botas de vino -les dije-. Nos encontraremos aquí mismo. No os emborrachéis.
- Voy contigo -me dijo Bill. Brett nos dedicó una sonrisa.


El texto es de Hemingway, de la novela Fiesta. La fotografía es en la Plaza Vieja de Madrid, desconozco más datos, de Otto Wunderlich.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Don Antonio Bienvenida en Las Ventas la tarde triunfal del 30 de junio del 63

Madrid, 30 de junio de 1963. En la Plaza de Toros de Las Ventas se corrieron toros de Núñez Hermanos para la confirmación de alternativa de Antonio Medina, en presencia de Curro Romero y ejerciendo de padrino Antonio Bienvenida. 

A continuación algunos retazos y fotografías que publicó la revista El Ruedo sobre esta tarde histórica, (lo pies de foto son de mi cosecha).


Bienvenida confirma a Medina en presencia de Curro. Obsérvese el aspecto de los tendidos un 30 de junio y compárese con la capacidad de llamamiento que tienen los carteles de Taurodelta fuera de abono

  Esta ha sido la semana de don Antonio Bienvenida. 
  Con veintiún años de alternativa sobre los hombros y cuarenta y uno de vida sobre las espaldas; con una docena de cornadas duras sobre el cuerpo y una familia sobre la conciencia, don Antonio -y nadie le birle el don- ha puesto una pica en Flandes. Ha mantenido en vilo durante sus dos faenas a la primera afición del mundo.
  La gente joven, que, afortunadamente, vuelve a ocupar los tendidos, hastiada de fútbol, vio por vez primera el pasado domingo eso tan aparentemente sencillo que es torear.  
  Don Antonio dirigió la lidia de sus toros y de los toros de los demás; colocó las reses ante los caballos y no junto a los caballos o debajo de los caballos; hizo del quite lo que es: recurso de S.O.S. o respiro para una congestión del cornúpeta; clavó banderillas por la derecha y por la izquierda, al cuarteo y al quiebro, en los medios y en las tablas, trasteó con gracia, macheteó con donaire, intercaló alegrías -siempre serenas, medidas, sobrias-, e hizo, sin enhebrar monotonías, algo mejor que las series: la inconsútil unidad de la armonía.
  Con todo merecimiento, allá se fue a hombros del pueblo por la puerta grande, calle de Alcalá adelante.

Obsérvese los ojos del caballo y cómo es posible cumplir con las condiciones indicadas en el Reglamento

Obsérvese los pies de don Antonio, queda demostrado que se pueden clavar banderillas sin necesidad de pegar brincos

  Era plenamente consciente en el tendido de que asistía a un solemne acto de contrarreforma, a un Trento taurino. Me sentí testigo histórico. Todos los jóvenes nos sentimos testigos históricos.
  En mi cuaderno de notas nada anoté sino estas preguntas ateridas de pasmo: "¿Qué es esto? ¿Qué me sucede? ¿Por qué he aplaudido antes de ahora?"
  Un caballero atildado, pulquérrimo, no miraba al ruedo. Me miraba a los ojos y a las manos con escrutadora impertinencia, con descaro inquisititivo.
  - ¿Acaso no le emociona don Antonio?
  Y con la sonrisa blanda de la beatitud me contestó:
  - Me emociona más su emoción de usted. Me emocionan esos tendidos convertidos. Ustedes, los mozos, acaban de probar el vino añejo y estoy seguro de que no volverán a confundirlo con el peleón. Creo que no volveré más a la Plaza. He esperado mucho este momento y he sufrido mucho hasta vivirlo. Ahora la tradición está asegurada. 
  De aquí y de allá, terminada la corrida, saltaban costaleros voluntarios. Iban a izarlo con el fervor procesional de los abriles.
  Entonces ocurrió algo que tío Ernesto no se hubiera atrevido a imaginar para "Fiesta". Un obrerillo joven, despechugado, encendido del sol de los andamios, clavó su rodilla en tierra, tomó reverente la diestra de don Antonio y se la besó con unción casi sacra.
  Solo le dijo:
  - Gracias.
  Y a nadie pareció ridícula la escena.

Obsérvese las condiciones en las que sale a hombros el maestro y compárese con las puertas grandes que vemos hoy en ese botellódromo que llaman San Isidro

  La gente que llenaba la Plaza, al salir, salía como chico con zapatos nuevos. Y allí nada nuevo había ocurrido. Solo habían pasado dos cosas ya muy viejas, aunque no frecuentes: EL TOREO Y UN TORERO. 
  Antonio Bienvenida ha demostrado que para torear bien solo es necesario esto: maestría. Con dos toros distintos, dos faenas distintas. Faenas distintas, precisas, completas, de principio a fin. Desde la salida de los dos toros hasta la hora de matar, todo perfecto. Con la capa, maravillas. Con las banderillas, elegancia. Con la muleta, bordados. Y con la espada, valentía, precisión y eficacia. Sumen esto a un sentido de la lidia de privilegio. Siempre atento. Sabe mandar en la cuadrilla y en el toro. Sin descomponerse. Siempre vigilante y oportuno, siempre torero en sus toros, en los toros de los compañeros. Siempre torero: al empezar y al acabar. Ha enseñado a llevar el toro al caballo con el mínimo de capotazos y hasta con florituras de ensueño. Ha marcado el natural con la izquierda y el pase con la derecha con olor y sabor de torero consumado. Ha manejado la capa como nadie: al pasearla por la Plaza, al dibujar la verónica, a la hora de amparar a todos los compañeros de a pie y montados. Ha tenido delicadeza con los morenos y con los de sombra. Se ha dejado besar por su hermano al acabar las faenas. Ha sido esta una tarde redonda para Antonio Bienvenida. Ha toreado a gusto y ha dado en el clavo. A los aficionados maduros se les caía la baba. A los jóvenes les ha convencido de que el toreo bien hecho es una obra de arte incomparable, llena de sugerencias y matices, preñada de incitaciones, donde aparece todo menos la violencia. 
  Antonio Bienvenida sale de la Plaza a hombros con tres orejas en su haber:  dos de su primero y una de su segundo. Nada ha importado que los toros de Núñez Hermanos no fueran de esos a los que se les pueden hacer "monerías". EL TOREO y UN TORERO estaban en la Plaza Monumental de Madrid. EL PÚBLICO acaba de ver eso, ni más ni menos que esto: EL TOREO Y UN TORERO.

El Toreo y un Torero. Obsérvese cómo no es necesario poner posturas raras para que el de negro lleve el hocico a rastras por la arena

Firmando la obra, el toro vencido. Obsérvese cómo no hacen falta los peones para hacer doblar al toro que está mortalmente herido después de una faena superior; ni tampoco para vender la burra y mendigar orejas en la primera plaza del orbe

viernes, 12 de diciembre de 2014

Violoncito, de Guardiola Fantoni


 En la corrida estival del 10 de agosto, además de la sonada faena de Eugenio de Mora con uno del Conde de la Maza que a punto estuvo de abrirle la Puerta Grande de Las Ventas, la cual no tuvo a bien el usía Javier Cano, vimos un toro de Guardiola Fantoni bravo en todos los tercios, de nombre Violoncito.


Violoncito cumplió sobradamente en el primer tercio, quería caballos, y apretó en banderillas, ofreciendo un buen ramillete de embestidas francas y vibrantes a Jairo Miguel, hasta que dijo basta y se aplomó. El torero no se entendió en el tiempo que tuvo, ya sabemos que hoy necesitan de muchas tandas y faenas muy largas para convencer al personal; puesto que no hay calidad, nos machacan con cantidad.

Violoncito en la muleta de Jairo Miguel. Con la sangre hasta las pezuñas

En definitiva un gran toro de Guardiola Fantoni en una tarde donde lidiaron cuatro ejemplares (y aún hubo otro pasable, el tercero, de nombre Barba-Fina). Así que esperamos ver de nuevo los guardiolas, en nuestra plaza y en muchas otras de resonancia. Toros guapos y de gran trapío, seña de identidad de la Casta Villamarta, alquimia de diferentes sangres bravas que ha dado grandes tardes a la fiesta y últimamente anda envuelta en rumores de desaparición que nadie termina de aclarar.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Los toros, acontecimiento nacional

Todo espectáculo que significa una concepción del mundo es un acontecimiento. Un auto de fe es un acontecimiento, lo es una procesión, los toros, la opera. Subyacente a cada uno de estos espectáculos, dentro del perfil de la comunidad en que radican, existe una concepción del mundo que les de sentido. Si tal supuesto despareciese, el espectáculo perdería carácter de acontecimiento y quedaría en puro espectáculo; es decir, en la visión de algo que no implica de parte del espectador la toma de una actitud radical de aceptación o repulsa por exigencia intrínseca al espectáculo mismo. Notemos de paso que la mayor parte de los "acontecimientos" típicos de la civilización occidental se van reduciendo a pura espectacularidad; los desfiles militares y las procesiones, pongo por ejemplo. Con los toros está ocurriendo algo semejante, en cuanto algunos espectadores, cada día más, a los que agrada la fiesta y la sienten, se conduelen de la fiera lidiada y del  lidiador hasta el punto de asistir intranquilos al acoso y muerte.


Los toros son una constante en la historia de España, y, en algunos periodos de la misma, el acontecimiento en que mejor se expresaba la remota unidad de sus distintos pueblos.

A mi juicio, cuando el acontecimiento taurino llegue a ser para los españoles simple espectáculo, los fundamentos de España en cuanto nación se habrán transformado. Si algún día el español fuere o no fuere a los toros con el mismo talante con que va o no va al "cine", en los Pirineos, umbral de la Península, habría que poner este sentido epitafio: "Aquí yace Tauridia"; es decir, España.

Téngase en cuenta que la lidia del toro, por uno u otro procedimiento, es un suceso viejísimo en la historia de España, de modo que se ha constituido en el animal símbolo, cuasi totémico, de los español. Por su parte, la propia lidia, en cuanto acontecimiento, es, conjuntamente con los religiosos, el de mayor extensión y comprehensión. Al coso asiste la mayoría del pueblo, sin que falte ningún estrato social: artesanos, comerciantes, profesiones liberales, clero, nobleza... La plaza de toros, resulta, singularmente en los pueblos, el lugar físico, social y psicológico en que la totalidad del pueblo convive intensamente una misma situación psicológica en que las actitudes profundas son substancialmente análogas. ¿Con qué otro acontecimiento ocurre esto?

En Inglaterra, por ejemplo, el acontecimiento definidor máximo ha sido el Parlamento, y, en otros pueblos europeos, las instituciones políticas han servido de acontecimiento regulador e incluso educador de la convivencia social. En España, las instituciones políticas nunca tuvieron ese carácter, sucediendo, además, que, cuando los contenidos y formas políticas tradicionales se perdieron por el advenimiento de una dinastía ajena a lo nacional, los toros inician y consiguen rápidamente su definitiva conformación de acontecimiento. La razón quizá esté en que, ausentes otros estímulos y símbolos que hacían relativamente fácil vivir psicológicamente la unidad social de la nación, los toros adquiriesen, y esto justifica su inmenso y acelerado auge, el papel de acontecimiento capital y director.


Los toros son el acontecimiento que más ha educado social, e incluso políticamente, al pueblo español.

¿Qué hay -y esta es la cuestión- en el acontecimiento taurino capaz de unimismar situaciones sociales distintas, puntos de vista diferentes y, sobre todo, que afecte al pueblo en conjunto de modo tan radical?
Por lo pronto en la plaza los espectadores son en absoluto iguales. No desde un punto de vista social, sino primigeniamente, en cuanto sujetos de elementales tendencias. Todos los que sin riesgo miran al torero jugándose la vida son en ese momento, desde el punto de vista español, inferiores a él. Y esta inferioridad los iguala. Es una igualación que afecta a los últimos resortes de la personalidad y, por lo tanto, equivale a poner en evidencia que substantivamente todos los hombres son iguales salvo en un caso: el de la actitud personal en el juego de la muerte. Todos y cada uno de los que contemplan la lidia están haciendo pública confesión de lo que en otro caso es inconfesable: que, en hombría, el torero vale más. De aquí, a mi juicio, que en los toros haya una actitud colectiva de humildad y una lección utilísima para quien concede demasiado a las diferencias de clase, poder económico, etc. Ante los toros, los españoles revalidan la sabiduría irracional de que solo el aventurero y burlador de la muerte vive de modo superior a los demás. Por esta razón el torero es símbolo de la hombría heroica y cuando queremos hiperbolizar el valor de alguien le comparamos con algún diestro famoso.

El espectador de los toros percibe tal autenticidad y ve la fiesta como la verdad, sin ambages. De aquí que acudir a los toros sea un acto de brutal sinceridad social, que nos delata, en cierto modo, ante los demás. Como ya hemos dicho, es una declaración, al mismo tiempo humilde y retadora, de nuestra manera de ser.


Como todo acontecimiento, la fiesta es, particularmente, extroversión. Cada uno está en presencia de los demás y los demás en presencia de cada uno. Precisamente esta apertura a la crítica confiere a los toros la peculiaridad de ser el acontecimiento de mayor contenido axiológico. En cierto sentido la fiesta es una continua apreciación y valoración.

El espectador de los toros no es un mero, un simple aficionado a lo espectacular, ni tampoco exclusivamente un entusiasta de la exaltación embriagadora, es, mejor que todo eso un amante del conjunto del cual, en cuanto acontecimiento, es parte necesaria. Ahora bien, constituyendo la universalidad de la fiesta, el espectador juzga acerca de lo bueno, de lo justo y de lo bello. 

Por lo pronto, viendo los toros nos quitamos de encima parte de la actitud moral de juzgar con valores éticos socialmente prefabricados. Nos colocamos en una situación primigenia desde la cual lo bueno y lo malo tienen una significación ontológica. Es bueno lo que realiza perfectamente la plenitud del sentido de una substancia. No hay duda que desde este punto de vista el toro, entidad definida por la agresividad y la fiereza, logra la plenitud de su ser en la lidia. El espectador supone, con mayor o menor exactitud, que el toro vive en el ruedo una gloriosa aventura coronada por la mayor concesión que el hombre puede hacer al animal: la lucha franca e igualada; al toro no se le caza, se le vence. 


Por lo que respecta a lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo, ¿qué mejor juez que el público de los toros? Parte del tiempo que dura la corrida lo emplea en justipreciar y premiar las hazañas del torero, y esto de modo espontáneo, sin la guía y prejuicio de normas fijas. El propio partidismo desaparece ante la extremosidad de la aventura y el público se rinde al mérito intrínseco cuando éste recibe su prestigio de la presencia de la muerte. Los juicios de valor que los espectadores de la fiesta formulan poseen absoluta autenticidad. Se trata de una valoración colectiva en la que cada uno de los participantes aprende a juzgar con despiadada rectitud. Y aún más: no sólo aprende a valorar y juzgar respecto del hecho, tremendo por lo insólito, de la actitud de un hombre ante la muerte, sino que se enseña a buscar de todos los puntos de vista posibles para la valoración aquel que es, objetivamente, más adecuado al juicio. 
 En este aspecto, la fiesta es un continuo adiestramiento en el arte de hallar las perspectivas propicias para la justificación de los hechos. La fiesta enseña a valorar con justicia y a apreciar con
finura la validez del juicio. 

 Los toros son, desde luego, un espectáculo cruento; pero hay una clara tendencia en ello a evitar la visión de la sangre, lo que es testimonio, a mi juicio, de la creciente adecuación de la sensibilidad española a la europea.

Finalizaré, por último, estas indicaciones con una observación general que replantee la cuestión del acontecimiento como testimonio y signo de una concepción del mundo. A mi juicio, los toros son un acto colectivo de fe. La afición a los toros implica la participación de una creencia; de aquí, que para el auténtico aficionado, la afición sea en cierto sentido un culto. Pero ¿creencia en qué? ¿Fe en qué? En el hombre. El espectador cree en ciertas cualidades inherentes al hombre que constituyen la hombría, y precisamente porque cree en ella va a los toros. El torero se presenta como portaestandarte de la hombría y ratifica en cada momento de la lidia que la fe en un determinado tipo de hombre en que cree el público, tiene pleno sentido y actualidad. Este tipo humano expresa a su vez el punto de vista de una determinada concepción del mundo predominante. Por esta razón el torero es un símbolo.


Quizá desde esta perspectiva pudiera esclarecerse el peculiar significado del insulto en la fiesta. Se ha observado repetidas veces que el público de los toros es singularmente hábil en el insulto, que sabe elevar a la categoría de sarcasmo, sin que pierda por ello violencia la injuria en cuanto tal. Es un modo profundo y personal de insultar; en el que lejos de ser el denuesto puro grito o exclamación indignada, conserva todos los matices de la ofensa ad hominem. Esta intencionalidad concreta, más la ironía, que existe casi siempre, dan al insulto taurino un especial vigor y un tono sarcástico característicos. Ordinariamente el insulto brota con extraordinaria violencia cuando el diestro da señales de miedo. El público lo increpa con pasión, aludiendo a las cualidades que definen la hombría, y propende incluso a la agresión personal. No se trata, por lo común, de un insulto colectivo, sino un colectivo insultar. El torero se transforma en una entidad multivalente, relacionada con cada uno de los espectadores de modo propio y diferenciado por medio del insulto, que el espectador taurino es una injuria trabada de “hombre a hombre”, y no simplemente una reacción colectiva de desagrado. 
Al primer momento de arrebato sigue una actitud irónica que pone en el insulto un matiz sarcástico. Las expresión que con más fidelidad recoge esta actitud es la de “eso también lo hago yo”, en la que se transparenta la nota peculiar del improperio taurino; a saber, la decepción.


Si la presencia de una multitud de espectadores en la plaza acredita la fe en la hombría y en lo que ésta significa, la decepción implica la pérdida de esa misma fe, pérdida que afecta a los supuestos irracionales en los que está, y desde los que piensa y obra todo humano. De aquí la tremenda violencia inicial del insulto taurino y la postura escéptica, envuelta en el amargo humorismo del improperio sarcástico. Sin embargo, la fe vinculada al subsuelo irracional de una concepción del mundo es tan firme que, pese a todas las decepciones, persevera en la esperanza, y el espectador taurino acude una y otra vez al coso a revalidar su creencia.

Enrique Tierno Galván 



martes, 9 de diciembre de 2014

Florido, de Pérez de la Concha


Florido
de Pérez de la Concha (D. Joaquín), lidiado en Madrid, en quinto lugar, el día 4 de Octubre de 1896.

Fue el mejor toro de la temporada. * Con muchísima codicia mató cuatro caballos en ocho ocasiones que acometió a los picadores "Agujetas", "Charpa", "Inglés" y "Cigarrón", que pegaron muy bien y cayeron cinco veces, siendo retirados a la enfermería los primeros. * Cuando se ordenó el cambio de suerte, "FLORIDO" pedía caballos sin abandonar el sitio en que peleó. * Con igual bravura y nobleza hizo los tres estados de la lidia, y previa una breve y buena faena de muleta ejecutada por BOMBITA (Emilio), en los medios y en un palmo de terreno, entró a matar desde corto y con rectitud, completando aquella una magnifica estocada que valió al diestro grande y merecida ovación.

La corrida en los corrales de la Plaza Vieja

lunes, 20 de octubre de 2014

Persiste el espíritu de la andanada del 8

  Mañana, en la plaza de Las Ventas, después del apartado de los toros, se colocará en la andanada del 8 una placa de cerámica en recuerdo de Juanito Parra, el popular aficionado que presenció desde dicha localidad absolutamente todos los festejos que se celebraron en el coso entre 1939 y 1979, año en que falleció, y animó constantemente el llamado «espíritu de la andanada», que empezó a formarse mediada la década de los cincuenta. La andanada del 8 ha adquirido tal fuerza que es alternativamente temible y gratificante. La andanada del 8 se puede cargar el cartel de un torero o de un ganadero, o una corrida entera, con la misma rotundidad con que puede encumbrarlos o sacar de la nada al subalterno más modesto.

  Hoy, la andanada es una tronante tribuna que indigna a los taurinos y agota la paciencia de muchos espectadores, y se le acusa de inoportuna, aquejada de un prurito de divismo e iconoclasta a ultranza. Todo lo cual no compone una verdad (ni siquiera parcial), pues la verdad de cuanto es y significa la andanada va por otros caminos, y es ésta: sin su actitud vigilante, crítica y sonora, la plaza de Madrid nunca habría recobrado la seriedad y la importancia que tiene en la actualidad.

  Pero todo empezó, como decíamos, hacia la mitad de la década de los cincuenta. Hasta entonces, Juanito era un espectador solitario, con sus aficiones, sus filias y sus fobias, que invariablemente ocupaba una localidad de la fila sexta pegada al 9. Daba palmas de tango, silbaba tapándose los oídos, gritaba «¡Fuera, fuera!»; llevaba el reglamento en el bolsillo, pedía a gritos el aviso a la hora en punto, etcétera. Era un aficionado intransigente, convencido de que Las Ventas debía ser consecuente con su condición de primera plaza del mundo.

  Justo un día de junio de 1955 -cuando Antonio Bienvenida alcanzó el gran triunfo de la corrida del Montepío, lidiando seis toros- ya no estuvo solo, pues éramos dos. Y al domingo siguiente, tres.

  Para la década de los sesenta ya había andanadistas insignes, como el contable Ángel López y el coronel Echalecu (ambos ya fallecidos), y otros que siguen aún hoy ocupando la localidad, fieles al espíritu de la andanada. Pocos, pero con más moral que el Alcoyano y dotados de unos pulmones privilegiados, capaces de hacer tronante la voz y crispar a todo el taurineo chabacano y corrupto.

  La autoridad no era la que debía ser y los andanadistas aplicaban a los presidentes serios correctivos orales -nunca ofensivos ni irrespetuosos, que hasta la vulgaridad estaba proscrita en la andanada-, los cuales producían la inmediata presencia de la fuerza pública, que ordenaba callar. Un día, Juanito le gritó al palco: «¡Orejas regala usted muchas, pero no devuelve los toros cojos al corral!», y fue detenido. Algo que hoy sería impensable.

  El aglutinante y el animador del espíritu de la andanada era Juanito Parra -carpintero encofrador-, que, arrastrado el tercer toro, obsequiaba, a los correligionarios con diminutos caramelos Saci, seguramente para que suavizaran las gargantas. Así fue durante años y años. Corriendo el tiempo, se formó la Peña Andanada -que asume el homenaje de mañana-, y nuevos efectivos de aficionados se incorporaron a la localidad. Y llegó la novillada inaugural de 1979, en la que, por primera vez durante cuarenta años, Juanito no estaba en su localidad. Los andanadistas pensaron que algo muy grave había debido suceder e hicieron averiguaciones. En efecto: Juanito había muerto, de un infarto, precisamente en la muy taurina calle de la Victoria.

Joaquín Vidal, 4 de julio de 1981


miércoles, 15 de octubre de 2014

El brindis que le costó la vida

En 1808, el matador de toros Agustín Aroca moría fusilado a manos del ejército de Napoleón, un brindis en la Plaza de Toros de Madrid le había sentenciado

  Agustín Aroca Castillo nació en Sevilla el 27 de agosto de 1774, fue un matador atípico en su época, pues cursó la carrera de Derecho y era hijo de un notable abogado. Su fuerte vocación taurina le hizo abandonar los estudios y pronto se lanzaría a los ruedos a probar suerte como matador de reses bravas. En el año 1800 ya aparece como banderillero en Sevilla, y en Madrid como media espada en las siguientes temporadas. Tras la desaparición del triunvirato Romero – Costillares – Pepe Hillo, la fiesta sufría un período de sequía de toreros de categoría que en cierto modo vino a ocupar nuestro protagonista, compitiendo con el afamado y controvertido Juan Núñez, “Sentimientos”.

  El 25 de abril de 1803 toma la alternativa, y en 1804, Agustín Aroca figura en Madrid como espada de alternativa, destacando por ser un matador seguro, valiente y decidido. El 10 de febrero de 1805, el Rey Carlos IV emite Real Cédula por la que decreta la absoluta prohibición de las fiestas de toros y novillos de muerte en todo el reino, la más dura de las prohibiciones que han padecido los aficionados a toros a lo largo de la historia. La supresión de las corridas fue un hecho, en los años de 1805, 1806 y 1807 no las hubo. Agustín Aroca marcha a Jaén y trabaja como abogado.

  Una vez que Carlos IV abdica en su hijo, Fernando VII, y en plena Guerra de la Independencia, los toros vuelven a la Plaza de Madrid en 1808, quedando para los anales una actuación soberbia de Agustín Aroca en la que estoqueó tres toros por la mañana y tres toros por la tarde de seis estocadas recibiendo, cuatro altas y dos bajas. En este año de 1808, curiosamente, se celebraron en Madrid corridas de toros en honor a la proclamación de José I Bonaparte, que obligado a abandonar Madrid al conocer el desenlace de la Batalla de Bailén, en la que por cierto, participaron numerosos garrochistas y picadores de toros, dejó paso a Fernando VII el Deseado, por el que se organizarían también dos corridas de Proclamación, el viernes 26 de agosto y el lunes 29 de agosto de 1808.

  Después de celebrarse corridas de Proclamación en honor a dos jefes de estado diferentes, se organizó una serie de festejos para dotar de fondos a los Hospitales propietarios del coso madrileño, en los meses de septiembre y octubre. Vestido de de azul turquí con bordados y alamares de plata y faja de color rosa, el día 26 de septiembre de 1808, Agustín Aroca compartía cartel con Juan Núñez “Sentimientos”, frente a toros de Juan Díaz Hidalgo, antes del Conde de Valdeparaíso, procedencia Jijón. Cuando sonaron los clarines para matar, Agustín Aroca hizo este brindis:

“Zeñó Corregior, brindo pó Uzía, por toa la gente é Madrí y porque no quee vivo ni un francés”

   Esa misma tarde, en la lidia de otra res, se dirigió al palco en estos términos:

“Por Vuestra Señoría, por este respetable público y por la independencia”

  Esta sería su última actuación en Madrid, el brindis llegó a oído de los franceses, quienes lo vetarían junto con los españoles “colaboracionistas”. Las siguientes noticias que tenemos de Aroca es que fue hecho prisionero y fusilado por los franceses en tierras de Toledo, según los historiadores en la población de Huecas, cuando combatía contra los ejércitos de Napoleón.

  A Juan Núñez “Sentimientos” también se le atribuyen brindis de la misma índole, sin embargo éste era un gitano hábil y muy sagaz para sacar partido de cualquier situación y no corrió la misma suerte que su colega. Agustín Aroca, hombre culto y de leyes, cuyo valor quedó probado dentro y fuera del ruedo, consciente de lo que hacía, tomó la resolución de luchar por su patria con todas las consecuencias. Sirva este pequeño artículo para honrar la figura de este valiente torero sevillano.

Colección de las principales suertes de una corrida de toros (1790). Antonio Carnicero

Artículo publicado por un servidor en el nº 45 de La voz de la afición

domingo, 12 de octubre de 2014

La última tarde el toro más bravo

  Corrida de toros de Palha para Sánchez Vara, Guerrita Chico (confirmación de alternativa) e Israel Lancho.


  Todo un año de toros, 64 festejos después y más de 350 reses lidiadas, y el último toro de la temporada resultó ser el mejor regalo para el aficionado, un verdadero torrente de bravura, nobleza y casta brava como no se había visto en la Plaza de Las Ventas en todo el año, en lustros y en dos décadas, exactamente el tiempo que hace desde que César Rincón dio lidia y muerte al célebre Bastonito. Porque este Fusilito nº 191 -como había vaticinado el ganadero-, probablemente con la misma procedencia Ibán que el mentado Bastonito y un comportamiento muy parejo en los caballos, fue otro toro de los que nunca se olvidan. Un toro de bandera.

  Fusilito, un serio ejemplar de cuatro años y medio, pelo negro, bajo de cruz, largo, estrecho de culata, bien puesto de pitones y mirada torva, que ya de salida dejó a las claras sus intenciones embistiendo incesante y por abajo en el capote de Israel Lancho, abroncado por sacarlo a los medios bregando, corriendo para atrás, y no ganando terreno y por verónicas como demandaba el respetable. En cuanto vio al caballo, más allá de la segunda raya y a toro corrido, acudió presto a la cabalgadura de Miguel Ángel Herrero, empujando con los riñones y romaneando en principio, se colocó de lado corneando con el pitón izquierdo, como controlando a todo el personal que lo provocaba por el otro pitón para sacarlo de la pelea. Pero no había manera. Un primer puyazo que anduvo cerca de los cinco minutos, que empezó en el tendido 7 y acabó debajo de la presidencia. Capotes y más capotes, vueltas y más vueltas, incluso un mono hizo acto de presencia coleando al morlaco. No había forma. Hasta que, por fin, hizo hilo del capote de Sánchez Vara, muy atento toda la tarde, que tuvo que soltar el percal porque el bicho salió de aquel impresionante puyazo persiguiéndolo hasta el burladero de matadores. Israel Lancho tuvo la dignidad de colocarlo perfectamente en suerte para una segunda y clarificadora vara, a unos quince metros del caballo. Se arrancó Fusilito sin necesidad de muchas provocaciones y se puso a pelear nuevamente con el pitón izquierdo, saliendo en esta ocasión con más prontitud de la pelea, acudiendo noble a los capotes de los peones. Acabábamos de ver un tercio de varas de bravo que nos dejó sobrecogidos y emocionados. Emoción que iría in crescendo al ver que era el único Palha del encierro que no hacía el mínimo gesto de dolor según iban dejando los garapullos, persiguiendo a los peones en algún par. Llegó al tercio de muerte noble y entero, embistiendo franco y humillado por los dos pitones, ¡qué alegría de toro! Lancho sacó alguna tanda limpia al natural, pero Fusilito merecía más, mucho más. Una finca en cada pitón. El trasteo fue largo, en los medios, esto es, en los terrenos del toro, sin que este cediera en su empuje. Por ser día festivo y por la reducción en el boleto que ofertó la empresa al renovar el abono de Otoño, hoy había muchos aficionados en la plaza. Menos mal, el toro no pasó desapercibido y, después de un pinchazo, una estocada rinconera y un rato de abaniqueos hasta que Fusilito decidió echarse, un buen puñado de aficionados agitó pañuelos y jerseys azules, pidiendo honores para este gran toro de Palha. El presidente, don Justo Polo, que de justo parece que tiene más bien poco, no atendió la petición de vuelta al ruedo. No importa, la ovación en el arrastre fue de las gordas. Fusilito nº 191, de Palha, ha entrado en la gloriosa historia de los toros bravos y quedará para siempre en la memoria de los aficionados que pudieron verlo. 

Fusilito de Palha, el toro de la temporada

  Previamente vimos una corrida de serias hechuras y gran trapío, con un comportamiento que ofrecía posibilidades de triunfo. Lamentablemente la empresa tiró el cartel por la basura con una terna de plaza de pueblo en un día festivo que atrae a numerosos aficionados. La ocasión ciertamente merecía otra cosa. Esta vez, los Palha no fueron toros para ir a la guerra y calentar a los tendidos con el valor y la temeridad, en esta ocasión requerían de experiencia, mucho temple y torería para aguantar y gobernar las francas y nobles embestidas que muchos de ellos ofrecieron. Todo ello contando con que, a excepción del segundo, han acudido decididos y se han empleado en los jacos, creciéndose en el castigo y sin salir sueltos. La mayoría madereros y levantando astillas. Una corrida de toros de categoría.

  Un primero de correcta presentación para la confirmación de Guerrita Chico, un torero entrado en edad que se encontró con una embestida dulce y humillada en la muleta y que, sumado a la escasez de fuerzas que tenía, le permitió estar en la cara más tiempo del debido, recibiendo un aviso. En el quinto acto pechó con un toro de comportamiento muy serio y exigente, apodado Tintín, que recibió con unas buenas verónicas merced a una gran embestida. De esos toros que se quedan sin ver debido a la inexperiencia de su matador. Lo despachó de una estocada en los bajos. 

  Sánchez Vara estuvo muy dispuesto, atento a la lidia y haciendo gala del oficio que atesora. Colocando los toros fenomenalmente en los caballos y alegrando los tendidos con las banderillas, dejando un par superior, de dentro a afuera, con el cuarto. Y uno al cuarteo después de que Raúl Ramírez practicara el salto de la garrocha, muy celebrado por el público. Con el segundo, un toro más alto que sus hermanos, de pitones condesos, dejó algunos muletazos sueltos buenos, pero no consiguió componer faena. Mucha calidad en la embestida de este ejemplar, el más manso en los caballos. El cuarto, un toro bajo con unos cuartos traseros de gran remate, pecó de falta de codicia y se desentendió rápidamente, creando peligro por el lado diestro. Necesitó de una entera pasada y varios descabellos para que salieran las mulillas.

  Lancho trasmitió sensación de apatía, su cuadrilla pasó un rato de peligro y desconcierto en las banderillas del tercero y estuvo como si la cosa no fuera con él. Hizo la faena en el cobijo de las tablas, con un ejemplar pegajoso que hizo cosas muy positivas y tuvo un buen pitón izquierdo hasta que de repente se fue a tablas, rajado o aburrido, no está muy claro. Es probable que acusara los dos puyazos con sendas cariocas y todo lo que sangró durante la lidia. De una gran estocada Lancho lo mandó al otro barrio.

  Enhorabuena al ganadero, por la corrida y por ese gran Fusilito que no olvidaremos. Este es el camino a recuperar, la misma senda que dejaron los Rabosillo, Rachido, Peluquito, Asustado bis, Camarito, Santanero, etc. Ya estamos esperando la siguiente, ¡que vuelvan los Palha!

En el día de la Patria

Por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de la patria, y mi corazón respondió a ella con espontáneos sentimientos, nuevos hasta aquel momento en mi alma. Hasta entonces la patria se me representaba en las personas que gobernaban la nación, tales como el Rey y su célebre ministro, a quienes no consideraba con igual respeto. Como yo no sabía más historia que la que aprendí en la Caleta, para mí era de ley que debía uno entusiasmarse al oír que los españoles habían matado muchos moros primero, y gran pacotilla de ingleses y franceses después. Me representaba, pues, a mi país como muy valiente; pero el valor que yo concebía era tan parecido a la barbarie como un huevo a otro huevo. Con tales pensamientos el patriotismo no era para mí más que el orgullo de pertenecer a aquella casta de matadores de moros.

Pero en el momento que precedió al combate comprendí todo lo que aquella divina palabra significaba, y la idea de nacionalidad se abrió paso en mi espíritu, iluminándole y descubriendo infinitas maravillas, como el sol que disipa la noche y saca de la oscuridad un hermoso paisaje. Me representé mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; me representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, honra que defender; me hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para ayudarse y sostenerse contra un ataque de fuera, y comprendí que por todos habían sido hechos aquellos barcos para defender la patria; es decir, el terreno en que ponían sus plantas, el surco regado con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos padres, el huerto donde jugaban sus niños, la colonia descubierta y conquistada por sus ascendientes, el puerto donde amarraban su embarcación fatigada del largo viaje, el almacén donde depositaban sus riquezas; la iglesia, sarcófago de sus mayores, habitáculo de sus santos y arca de sus creencias; la plaza, recinto de sus alegres pasatiempos; el hogar doméstico, cuyos antiguos muebles, transmitidos de generación en generación, parecen el símbolo de la perpetuidad de las naciones; la cocina, en cuyas paredes ahumadas parece que no se extingue nunca el eco de los cuentos con que las abuelas amasan la travesura e inquietud de los nietos; la calle, donde se ven desfilar caras amigas; el campo, el mar, el cielo; todo cuanto desde el nacer se asocia a nuestra existencia; desde el pesebre de un animal querido hasta el trono de reyes patriarcales; todos los objetos en que vive prolongándose nuestra alma, como si el propio cuerpo no le bastara.

Yo creía también que las cuestiones que España tenía con Francia o con Inglaterra eran siempre porque alguna de estas naciones quería quitarnos algo, en lo cual no iba del todo descaminado. Parecíame, por tanto, tan legítima la defensa como brutal la agresión, y como había oído decir que la justicia triunfaba siempre, no dudaba de la victoria. Mirando nuestras banderas rojas y amarillas, los colores combinados que mejor representan al fuego, sentí que mi pecho se ensanchaba; no pude contener algunas lágrimas de entusiasmo; me acordé de Cádiz, de Véjer; me acordé de todos los españoles, a quienes consideraba asomados a una gran azotea, contemplándonos con ansiedad; y todas estas ideas y sensaciones llevaron finalmente mi espíritu hacia Dios, a quien dirigí una oración que no era padrenuestro ni avemaría, sino algo nuevo que a mí se me ocurrió entonces. Un repentino estruendo me sacó de mi arrobamiento, haciéndome estremecer con violentísima sacudida. Había sonado el primer cañonazo.

Benito Pérez Galdós. Episodios Nacionales, Trafalgar.