lunes, 11 de marzo de 2013

Dos miuras de ley en Castellón

  Fin de semana de toros en Castellón. Miura, Victorino Martín y Cuadri por sí solos proporcionaban motivos más que suficientes para acercarse a magdalenas. Y al margen de la torería intrínseca de Urdiales; la generosidad infinita de Javier Castaño para con su cuadrilla y los animales que lidia; la misma que mostró Bolívar enseñando sus toros en el tercio de varas; el naufragio de Eduardo Gallo con un Cuadri de armas tomar con el que empezó bien y acabó ostensiblemente superado; tan bravo como Comino, de Cuadri también, ejemplar premiado con una merecida vuelta al ruedo; el confirmado aguachirri de Victorino el 70% de la tardes que lidia; la falta de afición y sensibilidad del palco presidencial; etc. Hemos vuelto a Madrid con la sensación inequívoca de haber presenciado la lidia y muerte de dos miureños auténticos, capaces de hacer cosas reservadas exclusivamente a este hierro legendario. Nos hemos retrotraído a la razón más simple y llana de este espectáculo, es decir, un toro de fuerza descomunal que vende muy cara su vida, que exige del hombre valor y conocimiento del oficio para darle muerte con toda la vistosidad y el arte posible. Nada más y nada menos. Y ese hombre se llama Rafael Rubio, Rafaelillo. Y vaya si lo consiguió.

Miura 1º de la tarde
   Y eso que le costó a Rafael entrar en calor y nos dio una de cal y una de arena. Anduvo medroso y dubitativo en la brega de su primer miureño, cosa que puedo llegar a comprender si tenemos en cuenta que nos encontramos en los albores de la temporada ibérica, y el miureño en cuestión presentaba el volumen de un camión cisterna, con 632 kilos de peso, y tenía un morrillo que parecía un balón de playa, con el mismo movimiento rehilón que un flan. Disponía de poco pitón en comparación con ese cuerpo y era cornidelantero; de capa casi carbonero, salpicao de los cuartos traseros. Empujó como un demonio en el primer encuentro con el picador, a pesar de recibir desproporcionado castigo en mitad del espinazo, por dos veces, llevándose la puya enhebrada en el segundo encuentro y todavía recibir un picotazo más cuando el presidente había cambiado el tercio. Lamentable actuación del picador y, por extensión, del matador, quienes se propusieron acabar con la vida del miureño en el caballo, cayéndole la sangre por el bálano durante el resto de la lidia. Pero nada más lejos de la realidad porque el toro se vino arriba en banderillas dificultando la labor de los banderilleros para colgar los garapullos proporcionalmente en cada pasada. A este Miura no había forma de meterle mano en redondo, alguna vez lo consiguió Rafael a base de jugarse la vida e ir en contra de la razón puesto que un toro que se defiende, que repone el terreno y que se ciñe a cada muletazo, no parece el más indicado para la faena al uso de hogaño, con trescientos cincuenta mil quinientos derechazos, otros tantos naturales, y veinticinco circulares mirando a la concurrencia. Bravura lo llaman algunos; coñazo supino lo llamamos otros. Y así, cada vez que Rafael se intentaba pasar por la barriga al bruto había un suspiro tenso en los tendidos, hasta que decidió coger la espada y hacer la suerte de matar con la habilidad que requieren estos toros en los que es sabido que si no dejas el estoque en el primer intento, será casi imposible dejarlo en los siguientes. Estocada honda, trasera, muy tendida, tres golpes de cruceta, y todo el empeño y los sudores de la cuadrilla, fueron necesarios para tumbar a este Miura de ley. Arrastrado por las mulas entre la división del público, con más palmas que pitos a mi parecer.

Miura 4º de la tarde. Olisqueando la arena
  Con el segundo, la faena que nos brindó Rafael fue otro cantar, que no la brega y la lidia previas. Pero antes de eso, estuvimos más de diez minutos de reloj esperando a que el toro saliera del túnel, entraba y salía, de cara y de culo, y no hubo forma ni método de conseguirlo hasta que de motu propio, el de Zahariche, se dejó ver por los espectadores, olisqueando el ruedo a cada instante. Era este un toro todavía más grande que el anterior, 662 kilos de Miura, salinero oscuro de pelaje, preciosa la capa. El público, en una manifestación de locura transitoria se puso a protestar la pasividad del bicho, y todavía protestó más cuando observaron que pegó una coz al sentir la puya y huir del caballo como alma que lleva el diablo. Hasta cinco señores puyazos recibió el de Miura de un caballo a otro, con sus correspondientes arreones en el peto que indicaban el poderío que poseía. Tanto se cebaron que el público terminó protestando la lidia y pidiendo clemencia para el toro, que no paraba de recibir castigo sin que nadie ordenara aquel barullo. Persiguió en banderillas y echó la cara arriba, quedando muy entero y engallado para la faena de muleta. Rafaelillo se percató de primeras que el toreo ligado en redondo iba a ser inútil con esta alimaña, sin embargo, su faena resultó de lo más lucida que se recuerda. Este Miura era de los que movía su inmenso esqueleto como una lagartija, cambiando el ritmo en el galope y en la forma de embestir en cada arrancada. No humillaba, pero estiraba el cuello todo lo que fuera preciso cuando se trataba de lanzar el hachazo al pecho del torero. Rafaelillo lo recibió en los medios de un molinete, jaleado constantemente con entusiasmo por el público emocionado, en una faena breve en la que combinó derechazos sueltos con pases de pecho, pases por alto, naturales, doblones, desplantes y pases de castigo de oreja a oreja. Cuando Rafael se dirigió al callejón a tomar el acero, el Miura estaba totalmente descolgado, con la lengua arrastrando por la arena. ¡Eso es poder y dominar a un toro! Cobró una estocada de muerte en la cruz, pasando hábilmente, con perdida del trapo y siendo perseguido por el toro. ¡Viva Rafael el Grande, el de los miuras! Hubo unos cuantos que pedimos la oreja pero la petición no fue suficiente. Aún así, mientras Rafael daba una vuelta al ruedo triunfal, observé bastantes "entendidos" que hacían gestos al matador denegando la vuelta al ruedo, en prueba de desacuerdo, esos mismos que en la taberna pontifican sobre la perdida de pureza del espectáculo, la monotonía en las faenas, el monoencaste, el monopuyazo, etc. Pobres.

Rafaelillo. Desencajado
Preguntas:
1. Cómo reseñáis la capa del cuarto porque aún no lo tengo muy claro.
Y 2. Qué esperáis de Juli si le salen miuras de este estilo en Sevilla.

No hay comentarios: