viernes, 25 de enero de 2013

Retazos de la competencia el Tato - Gordito

  [...] Al año siguiente, que fue el de 1868, toreó veinte corridas en la plaza de Madrid (Frascuelo) y otras tantas en provincias alternando con Antonio Sánchez el Tato y con Antonio Carmona el Gordito, sus ídolos de antaño. No puede decirse que estuviera mal en ellas porque su toreo tenía emoción y esto lo valoraban mucho los públicos; pero cierto es que anduvo lejos de los triunfos resonantes que necesitaba para colocarse a la altura de los dos grandes espadas. No había que engañarse. Quienes por aquellos días mantenían a los aficionados divididos y apasionados eran los dos Antonios. Después de sus enfrentamientos en diferentes plazas y de conducirse de un modo, que si bien agradaba a los partidarios de uno y otro, disgustaba a los espectadores sensatos, corrió el rumor de que habían hecho las paces por mediación de algunos amigos influyentes. Mas, en realidad no sucedió así. Frascuelo quedó ajustado para actuar con ellos, digamos como moderador o contrapeso en la enconada rivalidad. Ni el creador del quiebro ni su cuadrilla podían aparecer en el ruedo madrileño sin que los tatistas, que estaban en mayoría, acogieran su presencia, con silbidos, gritos de rechazo y otras demostraciones hostiles, desconocidas en la plaza desde los tiempos del absolutismo. Difícilmente conseguían verse aplaudidos por las personas imparciales.

 
  A poco de compartir cartel en Madrid los tres matadores, se produjo una gran bronca contra el banderillero de el Gordito, José Cirineo, originada por motivos muy claros, la cual se hizo extensiva a toda la cuadrilla y, finalmente, descargó sobre el maestro. ¡Para qué quisieron más los incondicionales de el Tato! Les dominó tal furor, que yo no fueron solamente epítetos los lanzados contra el Gordito, sino que, para hacer su protesta más ruidosa, se emplearon cencerros y pitos.
  Debe decirse que como estoqueador, Antonio Carmona no podía medirse con Antonio Sánchez que ejecutaba el volapié con la mayor perfección; pero tenía un toreo tan alegre, tan lleno de gracia, que se completaba muy bien con el de su rival. Y este contraste fue el que mantuvo, más encarnizada que nunca, la famosa competencia Tato-Gordito. El público la creo, y el periódico taurino El Mengue se encargó de avivarla, poniendo en ello demasiado calor. Tanto, que se hizo sospechoso. Corrió el rumor de que lo pagaba el Tato y que don Mariano Garisuain, que firmaba con el seudónimo de Mariné, lo había fundado el año anterior con la única finalidad de acometer sistemáticamente contra el Gordito, para arrojarle de la Plaza de Madrid en beneficio de su oponente. Esto no pasaba de ser una afirmación gratuita. Garisuain, hombre de gran corazón, taurófilo incandescente, honrado a carta cabal y pobre como una rata, era incapaz de poner precio a su pluma.
  Desde luego, algo, y aun mucho de partidismo hubo en él, porque mientras trataba con benevolencia a Frascuelo y al Tato, la emprendía contra el Gordito, con tanta dureza y tan constantes censuras, que algunos periódicos andaluces, partidarios de Carmona, al que llamaban "gloria del arte", lanzaron de nuevo, contra él la calumnia, ya popular, de que el Tato le pagaba. ¡Allí fue Troya! El Mengue se desbordó, y consiguió con su campaña, que se desbordase también él. La competencia se recrudeció y la Plaza de Toros de Madrid fue teatro de los espectáculos más lamentables a los que puede conducir la pasión taurina.

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Sobre el Gordito 

  El día 12 de julio de 1868, en la decimotercera corrida de la temporada, quedó rota en Madrid la competencia que mantenían Antonio Carmona el Gordito y Antonio Sánchez el Tato. Y sucedió cuando estaba en plena efervescencia la campaña antigordista.
  Carmona quedó muy mal en su primer toro y recibió una silba estruendosa en el segundo. Nervioso y descompuesto, le propinó tantos pinchazos que el presidente ordenó la salida de la media luna. Esto significaba volver el toro al corral, pero el Gordito, desobedeciendo la orden, continuó en su inútil empeño de darle muerte como fuera. El escándalo adquirió caracteres de motín cuando el diestro, encarándose con los ocupantes del tendido 5, lleno de exaltados tatistas, se permitió hacer un además despectivo, entre un infernal griterío, el Gordito fue llevado por dos alguacilillos al palco de la presidencia donde le fue impuesta una multa de quinientos reales.
  Aquella misma noche rompió su escritura con la empresa y juró que no volvería a pisar el ruedo madrileño. La conjuración contra el torero había dado su fruto. La cosa no era nueva. Se repitió la de Ronda que costó la muerte a Francisco Herrera, Curro Guillén; la que animaron los liberales contra Antonio Ruiz el Sombrerero; la de Cádiz contra Juan León Leoncillo y la de Sevilla contra Francisco Montes Paquiro.
  Antonio Carmona el Gordito, salió de Madrid abucheado, pagando con amarguras y sinsabores el triunfo clamoroso que alcanzara en el año 1861. ¡Así es el público de toros!

 
  Tres días después, el Tato y el Gordito volvieron a encontrarse en Cádiz. Allí las cañas se volvieron lanzas para Antonio Sánchez y las espinas se cambiaron en rosas para Carmona. La corrida se convirtió en una airada manifestación de protesta contra lo ocurrido en la Corte. Al disponerse Carmona a matar a su primero, volaron sobre los tendidos multitud de papeles de colores con poesías laudatorias dedicadas al diestro.
 
  El periódico taurino El Látigo, dijo en un largo artículo:
  El público de Cádiz ha dado una severa lección al de la Villa y Corte. Los gaditanos no se arrastran (sic) por el espíritu de pandillaje, ni secundan las miras de los que por fines determinados querían ensañarse con algún diestro con objeto de hundir su reputación bien adquirida.
 
  Cualquiera podría pensar al leer estas líneas que los espadas actuaron tranquilos ante el público sereno. ¡Nada de eso! La corrida transcurrió en medio de un escándalo continuo. Las reyertas entre tatistas y gordistas, fueron tan frecuentes y airadas, que en más de una ocasión se esgrimieron bastones y navajas. La fuerza pública se vio en la necesidad de intervenir para intentar calmar a los belicosos aficionados y algunos pagaron con cardenales, heridas o unos días de cárcel sus entusiasmos toreros. A partir de entonces, Andalucía entera ardió en pasión taurina. En todas las ciudades, numerosos grupos animaron las tertulias de casinillos y colmados dispuestos a enzarzarse, sin más ni más, por defender una estocada de el Tato o un par de banderillas de el Gordito. A tanto llegó la cosa, que en más de una ocasión, la autoridad se vio precisada a echar la tropa a la calle para abortar posibles batallas campales. [...]
 
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Reflexión de Vazqueño

 Todos sabemos el final de el Tato, el toro Peregrino de Vicente Martínez truncó su carrera el verano de 1869, cuando gozaba del favor de crítica y público en el coso madrileño, sucediendo todo lo contrario de Despeñaperros para abajo.
  Carmona sufrió la ira del público merced a un estilo lleno de excentricidades que en Madrid suele ser acogido con recelo, plaza conservadora donde las haya. Ejecutó mal la estocada, lo cual supone una merma vital en aquel tiempo; si bien, a él se le atribuye la invención del par al quiebro, suerte que realzó el segundó tercio de la lidia (hoy en tercer lugar) y que los espadas de aquella época trataban de imitar para no ser menos que el Gordito, consiguiéndolo alguno de ellos, no sin pasar más de un apuro o pagar tributo de sangre.
  Uno es joven y, si gustan, "rutinario, tradicionalista y amigo del ayer" como decía Don Modesto, pero el caso es que no he vivido en mi corta historia como aficionado ninguna competencia enconada entre figuras en las plazas de mayor fuste, pongamos Madrid por ser el coso que un servidor frecuenta. Estoy viviendo la época de grandes (?) como Ponce, José Tomás, Morante o Juli... y aquí estamos, esperando en vano a que se reten, a que demuestren su valer en la plaza, cara a cara con sus rivales. El toreo moderno, la época contemporánea no se presta a esta lides, los ases huyen de la competencia, no hay dinero en España para dar un solo cartel en Madrid en el que se enfrenten, ni acuerdo en derechos de imagen que lo consienta, ni siquiera ganadería que satisfaga a todas las partes, etc, etc... El público pierde, el aficionado pierde, la Tauromaquia pierde.
  Así que entiendan y permítanme que admire a los antiguos y desconfie de la gloria de los modernos. De momento...
 
 
Nota: Los textos son de de Herández Girbal; del libro Salvador Sánchez Frascuelo, el matador clásico. 

1 comentario:

Jose Morente dijo...

Vazqueño

Tal y como está el patio me temo que ya no habrá lugar a muchas competencias en el toreo.

Esperemos que esta profecía NO se cumpla.

Un abrazo