lunes, 31 de diciembre de 2012

Recordando a Fundi

  Los libros de toros que se editen a partir de hoy, deberán reseñar que Fundi ha sido, indiscutiblemente, uno de los mejores intérpretes de la historia ejecutando la suerte de matar, materia que no es baladí precisamente. Tengo un recuerdo marcado a fuego, no sé precisar la fecha, hará cuatro o cinco años, ocurrió en la plaza de Las Ventas. Andaba Fundi intentando sacar provecho de un toro cárdeno en vano, de Adolfo o de Victorino, tampoco lo recuerdo; el típico toro de ese encaste que pasa midiendo y busca las zapatillas, el torero tiene que corregir constantemente la posición, un toro muy complicado en redondo, más para lidiar que para torear. El público de Madrid acoge la faena entre pitos constantes, todavía perduran rencillas del pasado... Llega la hora de la verdad, Fundi toma el estoque, se perfila, y yendo recto a por el bicho, marcando los tiempos con admirable perfección, le asesta un espadazo en toda la yema hasta las cintas, mojándose la mano de sangre. Apenas tres segundos tardó el toro en caer desplomado, completamente muerto. ¡Ni los más viejos del lugar recordaban ver morir un toro de casta Albaserrada con tal celeridad! Fue en terrenos de la enfermería, a continuación, Fundi cruzó el platillo a paso marcial, con la cabeza bien alta, hacia el burladero de matadores, mientras sonaba una ovación seca, rotunda. En ese momento, lo miré y fue como ver un Dios.

Texto extraído de una crónica públicada en este blog a propósito de la tarde postrer de Fundi en Madrid.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Hache

 



Un ancianillo cascarrabias y barbiblanco, don Antonio Fernández Heredia, que fue ganadero en tiempos y ante cuyo nombre de guerra -Hache- temblaban ganaderos, toreros y empresarios... así como los lectores pacientes. Era el "Don Quintín" de aquellos tiempos, eterno protestón y perenne descontento, que se indignaba con los que iban a los toros a divertirse y asistía al espectáculo con un maletín, del cual iba extrayendo, en el transcurso de la corrida, gaita, cencerros, pitos, pañuelos de colores y letreros en los que se leía: "Otro borreguito", o "¡Cuidado con la fiera!", los cuales exhibía en la colgadura de la meseta del toril, su localidad, ante el regocijo de los espectadores.

Luis Fernández Salcedo; Mientras abren el toril
 
 
 
 
Fotos publicadas en La razón incorpórea

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Casta Navarra


Pero hay tres detalles que infundían temor en cualquiera que se pusiese delante del torillo navarro o lo conociera de veras: su capa, principalmente colorada, pero de un color vivo, inquietante, en ocasiones de pelo extremadamente largo y ensortijado, que les daba apariencia de reses montaraces; su cornamenta, corniveleta, muchas veces en forma de lira, como dos antenas que surgieran del testuz, no excesivamente grandes, pero sí muy finas y afiladas; y su mirada, penetrante, seria, concentrada, que calaba tanto más hondo que sus afilados cuernos, capaz de dar cornadas en el alma.
Rafael Cabrera Bonet

De poca armadura, cargados del cuarto delantero y muy almendrados de atrás, churros, con pelo rizoso y fino, de patitas cortas y también rizadas, cariavacados, carifoscos, con los cuernos cortos, blancos y veletos. Cuando se presentaron en Madrid, les llamaban los toricos saltarines porque a pesar de su corta estatura, saltaban fácilmente el callejón, no por huida sino persiguiendo a  los toreros. Resultaban muy bravos, con mucho nervio, ágiles y duros. Eran inteligentes, astutos, ligeros, feroces, impetuosos, intrépidos, fogosos, malhumorados; arrancaban de lejos a los caballos, a los que mordían y pateaban en el suelo; se revolvían pegajosos y a la muleta llegaban broncos y difíciles, tirando muchas cornadas desarmando y derrotando alto.
Luís Fernández Salcedo

Aunque son pequeños los de esta provincia, en bravura y astucias son demasiado grandes. Que los picadores que sin experiencia lo ven tan menudos, los exageran con el diminutivo de los torillos de Navarra; pero el escarmiento les reforma el desdén, y los compensan después con el mote abultado de Señores Toros.
José Daza, picador de toros

Tienen la particularidad de vérseles llorar cuando se consienten muertos de la estocada y no pueden coger al lidiador. En los momentos de expirar no buscan terrenos para echarse, al contrario se engarrotan, y en pie exhalan el último aliento. 
[...] Escarbaba con tanta furia que parecía hacía sepulturas para enterrar a los hombres que su braveza había de volver yertos cadáveres [...]
Fernando García de Bedoya

[...] De aquellos que, agitados de ardor ciego no respiran ambiente, sino fuego [...]
[...] Salió vomitando furias y respirando fuego, abriendo calle entre los toreros a punta de lanza [...]
Anónimo

Preñada nube de horroroso estrago
parece; pues mirando lo fogoso
es relámpago horrible cada amago;
trueno cada bramido pavoroso;
rayo la asta que al Tártaro lago
al que hiere remite furioso
y contra el que retando le hace injuria
es relámpago, trueno, rayo y furia.
Pedro Esteban Alava

Ágiles como serpientes, veloces como flechas, secos como el pergamino.
Carmena y Millán




Vicente Domínguez, una vida en imágenes from Angel Lopez Aleman on Vimeo.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Don Alonso Moreno de la Cova y el toro que se nos va


Don Alonso Moreno de la Cova

 

Seis estampas de toros 


  Don Alonso Moreno de la Cova es un sevillano jaranero, en el buen sentido de la palabra, no juerguista, sino optimista y parlanchín, y fantasioso, pero hombre serio que ha heredado su afición al toro y, por consecuencia de ella, es ganadero que lucha en las tientas y estudia los sementales en busca del renombre y el prestigio para su hierro. Mas para obtenerlo no lo persigue para lo que se ha dado en llamar el toro comercial. Lo rastrea con el fin de alcanzarlo simplemente con el toro de hechuras de tal y, a ser posible, con hechos de bravura. Ejemplo de esto ha sido la corrida de hoy.
  Por el chiquero han salido seis estampas de toro. Regordíos, pero finos de línea. Regordíos, pero no cebados. A la figura de su línea se unía la finura de sus cabezas, la hermosura de sus corpachones. Casi todos fueron ovacionados de salida. En la boca de los espectadores se agolpaban los piropos. Pocos animales existen que provoquen el requiebro encendido, ardoroso, rendido, como el que se dirige a una estupenda mujer. De ella se dice como resumen de nuestra pleitesía: "¡Eso es una mujer!". El elogio de la corrida de don Alonso Moreno también se contiene en la exclamación entusiasta: "¡Eso es un toro!".
  Don Alonso es de suponer que haya traído a Madrid la flor de su ganadería. Los toros de más esclarecida reata. Los hijos de madre de alta nota. Hasta ahí es adonde puede llegar un ganadero con respecto al comportamiento de sus toros. Este no depende enteramente de él. Múltiples e intrincados misterios se reúnen para que su bravura y su nobleza sea una incógnita imposible de anticipar con aproximada certeza. Lo que sí puede hacer, y tantos ganaderos no hacen, es cuidar la presentación de su corrida. Que sean toros cuajados y no lombrices disfrazadas con cuernos. El ganadero concienzudo puede pintar estampas de toro. Lo que no puede es animar las estampas con la vida de la bravura y de la nobleza. Cuando la estampa gallarda de un toro se ofrece a la pública aceptación, el ganadero ha cumplido con su deber no por elemental menos trascendente.
  Me interesa recalcar el contento de la gente ante la aparición de cada una de las seis hermosas estampas. El ruedo lo llenaba el toro. Palidecían los trajes de luces. No parecían negros los toros. Brillaban en el dorado de la arena con el fulgor de su belleza, que deslumbraba los ojos habituados a las lombrices, a los gatos, a los borregos y demás animales que pasan por toro sin serlo. Resplandecía la majestad de su presencia. ¡Eso es un toro!
  [...] La corrida la llenaron seis estampas de toros. Seis estampas que ojalá sirvan de modelo para toda clase de ganaderos y para que el público vaya dándose cuenta de que habiendo toros en el ruedo la fiesta adquiere lo que el torito no puede proporcionarla. Hermosura.

Antonio Díaz-Cañabate


***


  Estas eran las palabras que Antonio Díaz-Cañabate escribía en el ABC publicado el día 29 de mayo de 1970, era la decimoquinta corrida de San Isidro. Los toros, como habéis visto, fueron de don Alonso Moreno de la Cova, el mexicano Antonio Lomelín confirmó la alternativa, actuando Andrés Vázquez como padrino y José Manuel Inchausti "Tinín" como testigo.



  Estos días hemos recibido la noticia, fatídica noticia, que el heredero de los toros de don Alonso Moreno está a punto de mandar al matadero, si no las ha mandado ya, las últimas vacas de la ganadería. Esto significa que al correrse por alguna ciudad del Levante los pocos machos del hierro de la puya que restan, la rama única de Urcola que constituye esta ganadería habrá desaparecido. Lo sabíamos, don José Joaquín Moreno Silva nunca engañó a nadie y, desde hace años, viene anunciando la desaparición de los alonsomoreno, principalmente por haber sido condenada al ostracismo a pesar de obtener buenos resultados en la mayoría de comparecencias venteñas, sumado a un bache pasajero en los años del toro-elefante de Manolo Chopera. Pero uno siempre alberga esperanzas y vive con la quimérica ilusión de ver triunfante ganaderías de las que hablan emocionados los aficionados veteranos: los Alonso Moreno es un ejemplo de ello, igual que los Tulio, los Murteira Grave, los del Conde de la Corte, Atanasios... ganaderías en boca de aficionados que no hace tantos años vieron como impregnaban de bravura la arena del coso capitalino.




  El toro de guarismo en el brazuelo hizo mella en muchos encastes, igual que sucedió con el toro mastodóntico de los noventa. La figura aposentada en su nube, carente de la vegüenza torera propia del oficio. Las presiones sanitarias y la dañina legislación para con el toro de lidia; el maltrato de las empresas y el mundillo taurino; el olvido de los aficionados por reivindicarlos... Todo ello nos lleva a la penosa situación actual, de forma inexorable observamos como las castas del toro bravo, patrimonio genético único e irreversible, se ven abocadas a la desaparación. Y si las castas del toro van al matadero, el aficionado a toros muere en parte y, por ende, la extinción no es sólo del toro, es también de esos tipos que van a la plaza a degustar la buena lidia y la codicia de un toro.



 Reviso el libro publicado por el denominado en su día Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación a propósito del Real Decreto 60/2001 de 26 de enero, en el cual se recogen los encastes reconocidos hasta ese momento, los prototipos raciales del vacuno de lidia. Me dirijo al capítulo sobre Urcola y leo que "estos toros han propiciado en muchas ocasiones éxitos importantes a los toreros gracias a su bravura encastada, que ha sido tradicionalmente capaz de aunar la nobleza y el temple con el picante". Lo llamativo llega al recordar que "las ganaderías más importantes que descienden del minoritario encaste de Urcola son las de los herederos de Alonso Moreno de la Cova, herederos de Salustiano Galache, María Teresa Calderón, Caridad Cobaleda y una de las dos ramas de Francisco Galache. Por lo general los ejemplares de Moreno de la Cova resultan más corpulentos que los de las cuatro divisas salmantinas".

  Bien, a ver si ahora que hemos perdido la rama de Alonso Moreno, el corrompido mundillo taurino espabila de una vez y activa los mecanismos necesarios para que no suceda lo mismo con la rama Urcola que se encuentra careando en tierras salmantinas. No lo verán nuestros ojos, pero oye, por pedir que no quede.



 Por cierto, en el festejo de marras que pormenorizaba el maestro Cañabate, salió por la Puerta Grande de Madrid, con tres orejas, Antonio Lomelín; torero de valor, gran banderillero y sensacional estoqueador.

  Hay que dar más valor si cabe a la excelente presentación del ganado por parte de don Alonso Moreno relatada por Cañabate, teniendo en cuenta la guerra de guerrillas que se había fraguado en torno al abuso producido por la lidia de muchos animales utreros. Por aquel año, en 1970, ya se había conseguido que los añojos se herraran con el guarismo de nacimiento en el brazuelo, pero todavía no se jugaría la primera camada hasta el año 1973.  

  El sexto, Napolitano, fue honrado con la vuelta al ruedo tras ser doblemente desorejado. El juego en general fue bravo, boyante y noble; salvo el cuarto, Cocinito, condenado a banderillas negras que de todo hay en la viña del Señor (antes no se andaban con chiquitas porque en el San Isidro 2012, tranquilamente, podríamos haber condenado con garapullos de castigo a toda la corrida de El Cortijillo, por ejemplo).

***

 Las fotografias que acompañan son cosecha propia, de Javier Salamanca, o mangadas de los blog Saccus Tauri y Carrer y Plaça

domingo, 2 de diciembre de 2012

Hostilidades entre Miura y Desperdicios

Manuel Domínguez, Desperdicios

 Verificose en el circo gallístico de Sevilla una renombrada pelea, en la que se cruzaron importantes apuestas.
  Eran los dueños de los gallos el ganadero D. Antonio Miura y el espada Manuel Domínguez. En la pelea salió vencedor el gallo propiedad del matador de toros. El despecho del ganadero fue grande.
  A los pocos días se celebraba en la plaza de Sevilla una corrida de toros con reses del citado ganadero, y era uno de los matadores encargados de despacharlas el referido Manuel Domínguez. El ganadero, recordando lo pasado, encontrándose en el Suizo con varios amigos, dijo: "Veremos cómo mata ese valiente al tercero de los toros, que es un buen mozo con teinta y dos arrobas en el pellejo".
  Llegó lo que dijera D. Antonio a noticia del matador.
  El día de la corrida, y una vez en el redondel el toro de referencia, mostró el bicho no pocas dificultades.
  Al llegar la hora de estoquearlo, Manuel Domínguez brindó la suerte al palco de ganaderos, y cuando se disponía a ir en busca del enemigo, oyó una voz que le decía: "Ese gallo no me lo mata usted".
  Hizo el diestro que le corrieran al de Miura bajo el palco de ganaderos, y una vez en él, dirigiose al ganadero: "Don Antonio, ¿quie usté que se lo suba ahí arriba?", a lo que contesto el ganadero: "Quiero que le dé buena muerte".
  -Pues allá va por la salú de usté.
  El diestro ejecutó con el toro una excelente faena y lo tumbó de una estocada recibiendo.
  Sacó el estoque y dirigiéndose al palco dijo: "Señor D. Antonio, lo mismo que a este que está a mis pies, mato a toos los de su ganadería y también mato a toos los gallos que usté críe".

Caireles, Chascarrillos taurinos.

 
Más sobre la vida y proezas de Manuel Domínguez en La razón incorpóreaLarga cordobesa