viernes, 24 de enero de 2014

La emoción de la lidia

Por Andrés de Miguel


   Días pasados, en un ambiente distendido, tuve la oportunidad de escuchar las opiniones de David Adalid, en el invierno posterior al gran éxito del espectáculo completo de Javier Castaño y su cuadrilla. Sus ideas fluyen bien estructuradas, pues huye tanto de la pedantería como de la falsa modestia, proporcionando una sensación de credibilidad, más notable cuanto que la conversación se desarrollaba en cercanía y con atención de todos los participantes.

Me pareció que había más sintonía con el común de las opiniones que es habitual oír a  aficionados que las que expresan los profesionales, en cuanto a su concepto del espectáculo, del arte, del riesgo, en fin de los distintos elementos que se unen en la corrida de toros.

Me sorprendió especialmente su concepto de la relación entre la corrida de los toros y la muerte, pues mientras que habitualmente se entiende que la muerte es algo inevitable que merodea alrededor de los protagonistas de la corrida de toros y que cae sobre ellos como una maldición de la que hay que zafarse, en las palabras de David Adalid, la presencia de la muerte es un ingrediente imprescindible de la corrida a la que se enfrentan sus protagonistas cuando ofrecen su arte, cuando arriesgan con su oficio. No había dramatismo en sus comentarios, afirmaba con serenidad que la muerte está siempre presente y la manera de rehuirla no es mediante la búsqueda de la comodidad que intenta excluir el riesgo confinando la muerte a lo inevitable, a lo fortuito, sino con el recurso a la suerte, a la suerte taurina y a la suerte azarosa.

Afirmaba que su concepto del toreo era de todo el grupo incluido el matador y apoderado y que la idea de ofrecer un espectáculo completo en la lidia estaba no sólo asumida sino buscada por todos y promovida por el matador y el apoderado, lo que añadía interés pues garantiza su continuidad.

Saber que se denominan a si mismos “espartanos” como homenaje al valor y que tienen un lema como “triunfar o morir” me puso la carne de gallina, como a todos los asistentes, y me recordó  lo que decían las madres espartanas a sus hijos cuando iban a la guerra: “Volved con los escudos o encima de ellos”, puesto que los escudos no se debían abandonar en la batalla y en caso de muerte se utilizaban como mortaja.

En fin que sus opiniones me parecieron emocionantes, como sus pares de banderillas en la plaza y me reconciliaron con lo más trascendente de la fiesta de los toros, donde el torero, y todos son toreros, es capaz de poner en riesgo su vida para crear su obra.

7 de octubre de 2012. El día que David Adalid le puso dos pares al sesgo a un toro de Palha, ¡por el mismo pitón!

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