sábado, 5 de octubre de 2013

Belleza crepuscular


Foto Tierras Taurinas

 

Por Andrés de Miguel


Cuan bello es el toreo puro, ejecutado con convencimiento y con relajación, seguido con asombro en los tendidos, jaleado por aficionados y público. Quizá sorprendente para muchos como yo, que no creíamos capaz a El Cid de remontar su toreo de dudas e inquietudes, y deslumbrante para otros que quizá no alcanzaron a ver su época esplendida hasta 2007.
Un resplandor de belleza de una completa faena de muleta montada con la izquierda, sin pruebas, que empieza citando con distancia, recogiendo al toro con riesgo y rematándolo para no tener que rectificar ni perder pasos. Naturales largos, ligados y no hilvanados, esplendidos de factura y colocación. Para mi percepción, el último de la segunda serie un auténtico monumento. Con la única concesión de una tanda, quizá la cuarta, de prueba con la derecha, que no era ni el pitón bueno del toro, ni la mano buena del torero.

Una faena ejecutada para él, quien ya no tiene que reivindicarse ante nadie, que no va a modificar su carrera, su imagen, ni su cotización, que sólo vale, sólo ¡que barbaridad!, para ser paladeada por los aficionados que siempre hemos esperado a El Cid con el agradecimiento debido al torero que ha ejecutado el toreo más puro en la plaza de Madrid en todo el siglo XXI, aun con la desesperanza de que lo volviera a repetir.

Lo hizo, vaya si lo hizo, con un colorado victorianodelrío, Berbenero de mote según el programa, de noble naturaleza y codiciosa embestida, con dos impresionantes pitones. Con la belleza añadida de ver torear a un toro bien armado, impresionante de arboladura, con dos ganchos colocados en el testuz y  que resultan caber en la muleta movida con temple y mando, con ligereza de látigo y precisión de orfebre, con convencimiento de artista y relajación de héroe.

Claro que hubo más en esta corrida, en la que El Cid se acartelaba como convidado de piedra, entre el héroe del momento Ivan Fandiño y la alternativa de Ritter que sólo tiene justificación en el negocio y no en el oficio. Hubo un tercio de quites de más movimiento que belleza, afortunadamente rematado por una media de El Cid. Hubo una faena movida y vulgarota de Fandiño. Hubo una corrida de mejor presentación que casta, fuerzas justas, general nobleza y escasa emoción.
El Cid que por reeditar todos sus demonios acabó matando a la tercera de un providencial sartenazo, que nos libró de seguir conteniendo la respiración cuando entrara con la espada, sólo ha tenido que pelear con su propio recuerdo, con la falta de novedad que supone haberle visto ya y que provoca inevitables comparaciones, con la muleta que  ha sido capaz de rematar más abajo, con la muñeca que ha tenido más recorrido en el remate y por tanto en el dominio del toro. Esa falta de novedad convierte esta faena, sea canto del cisne o inicio de una espléndida madurez, en una imagen crepuscular de reencuentro con una afición que es capaz de vibrar con el toreo puro, ejecutado con verdad, sin gesticulación, con capacidad y entrega, donde la belleza surge inevitablemente en el bello dominio del torero sobre la embestida del toro. La esencia de la fiesta de los toros.

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