martes, 9 de abril de 2013

Confirmación de alternativa de Antonio Bienvenida

  Tal día como hoy del año 1942 se doctoraba en Madrid con reses de Miura el matador de toros Antonio Bienvenida, motejado por los aficionados como don Antonio. Uno de los toreros que más han respetado, conocido y amado su profesión, paradigma de vergüenza torera, ídolo de la afición madrileña. Así sucedió y así lo cuenta Filiberto Mira en la biografía del espada.
Antonio Bienvenida
  Era la primera corrida de Miura que a su nombre lidiaba en Las Ventas el nuevo titular de la legendaria vacada, pues el año anterior don Antonio y don José Miura Hontoria ("los niños de Miura", como les decían los coetáneos) le habían traspasado los derechos de hierro y divisa a su hijo y sobrino Eduardo Miura Fernández, conocido entonces por Eduardito.
  Impresiona ver a estos toros en el campo; bueno es un decir, porque los miuras impresionan en cualquier sitio que se les contemple. Son desde luego las reses con más personalidad. Dicen que los toreros pierden el sueño desde que se ven anunciados con ellos en los carteles. No solo les asusta a los lidiadores el recordar las muertes de Pepete (el de Córdoba, tío de Manolete por cierto), de El Espartero, de Domingo del Campo "Dominguín"... sino que les aterra lo alto de sus agujas, lo elástico y flexible de sus cuello, lo duro y veloz de sus patas, lo apretado de sus carnes lo detonante de sus bramidos, lo largo de su trapío, lo fijo que miran, lo pronto que aprenden, lo certero de sus derrotes, y sobe todo lo difícil que resultan de engañar por lo avispados que son.
Miura en los corrales de Pamplona
  En una de esas tertulias alguien comento:
  - Buen gesto el de Antonio Bienvenida, el de tomar la alternativa con miuras.
  Y otro replicó:
  -Una locura de el Papa Negro, más cómodo le resultaría torear urquijos o apés en tarde de tanto compromiso.
  Fue gesto de Antonio y no locura del padre, porque la decisión la tomó personalmente el propio matador. Tan empecinado en el capricho, que por cumplir su deseo, hasta en la cárcel estuvo.
  Resultó que al llegar los miuras a Madrid, se pelearon en el desencajonamiento, unos con otros, y varios quedaron maltrechos, dictaminaron los veterinarios que los seis no podían lidiarse. Determinó la competente autoridad que con sobreros de otros hierros se remendase el encierro y el festejo se podía celebrar en la fecha anunciada. Opinó la empresa, con el cartel de "No hay billetes" en las taquillas, que un preventivo advertiría al público la sustitución de las reses, que nadie devolvería las entradas, y que como todo era legal la corrida se diese, pues no daba tiempo a traer desde Sevilla otros de la misma divisa.
  No opinaron lo mismo los hermanos Bienvenida. Para Antonio era una cuestión de dignidad profesional y un compromiso de honor con su propia historia y con la afición a la que le había prometido lidiar miuras en su alternativa. Él y Pepote se negaron en rotundo a torear. Como en la Fiesta ocurren, han ocurrido y ocurrirán tantas paradojas, resultó que la autoridad no estimó pertinenetes las alegaciones de los diestros (que ante todo manifestaban que no admitían que se pudiese estimar que era un ardid para evitar enfrentarse a toros de tan temida divisa, pues algunos podrían creer que era falso lo del maltrecho de las reses) y ordenó la encarcelación de los espadas en la madrileña Prisión de Porlier. Lo de las paradojas lo decimos porque no deja de ser "curioso" el meter presos a dos toreros POR EMPERRARSE EN TOREAR MIURAS.
  Lo cierto fue que Pepote y Antonio estuvieron puestos a la sombra durante tres días, y como dio tiempo, entre tanto, a traer nuevos miuras con ellos al fin se dio la corrida del doctorado en el madrileño coso el jueves 9 de abril de 1942.
 
  En lo artístico la tarde fue de intermitencias, con ráfagas de olés y otras de hastío, como suele ocurrir, cuando el ganado embiste desigual para la lidia. No los hubo ni rotundamente peligrosos ni tampoco salió uno de esos miuras con sobrecarga de nobleza, que también se dan en esta ganadería, exigiendo un torero excepcional que sea capaz de estar a su altura. Antonio que a lo largo de su vida mató medio centenar de los de este hierro, se habría de encontrar de los unos y de los otros, pero en la corrida de su alternativa se halló con un lote de los que imponen el pasaportarlos con prontitud y aseo. Aunque hasta el pase cambiado le dio al cárdeno Cabileño (así se llamó el que le cedió Pepote), en la jornada de su doctorado no obtuvo, ni muchas palmas ni muchos pitos. Estuvo sobrado lidiando a tres toros ariscos y derramó, como muestra, algunas gotitas del perfume de su arte. El gesto se cumplió con el mérito de que los miuras no fueran cómodos ni fáciles.

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