miércoles, 7 de noviembre de 2012

Don Modesto, cronista taurino

 José de la Loma, Don Modesto (1860-1916), fotografía publicada en La razón incorpórea


   El 25 de marzo de 1915, José de la Loma, Don Modesto, en la "Charla Taurina" que dio en el Círculo de Bellas Artes de Madrid se encarga de aclarar taxativamente los términos "revistero de toros" y "cronista taurino". Estima Don Modesto que el revistero es un, llamémosle así, índice de los capítulos de la corrida. Un fiel o infiel (que hay de todo) narrador de los sucesos que tienen la arena como lugar de acción. Es un detallista. Debe, por imposición de sus obligaciones, anotar y consignar, para trasmitírselo al público, cada uno de los lances que en la fiesta se suceden. Hay una enorme masa de público que quiere saber al detalle lo que en la corrida ha ocurrido y el revistero debe satisfacer su curiosidad, no olvidando el más ligero pormenor. Resalta a continuación que, apenas concluida la corrida, se lanzan a la calle periódicos profesionales que relatan los incidentes de la fiesta. Luego, dos horas después, El Heraldo, La Correspondencia, La Tribuna, El Mundo, España Nueva y otros varios amplían estos informes y cuentan a sus lectores punto por punto, toda la corrida de toros. Aquí está el revistero. Esta es la misión del revistero: El Barquero, Claridades, P. Álvarez, Pepe Laña, Corinto y Oro han popularizado sus seudónimos relatando con escrupulosa sinceridad los lances del espectáculo. Luego, al día siguiente, surge el cronista taurino. Este no es un detallista. Sería ridículo que lo fuese. Aquí, dados los poderosos medios de comunicación que existen, saben los periódicos cualquier suceso ocurrido en Europa o América a las dos o tres horas. Y en ediciones ordinarias o especiales se lo dan a sus lectores. El aficionado de pura cepa -dice Don Modesto- compra los periódicos taurinos y los de la noche para leer la revista de toros. Ese no espera a mañana. Quiere saber lo que en la plaza ha ocurrido y consulta la opinión de los revisteros. Al indiferente, al aficionado templado, que sólo lee el periódico de la mañana, no le importa saber si el picador "H" puso una vara baja, o si el banderillero "M" clavó un solo palillo. Quiere una impresión de la corrida. Lo bueno o lo malo ocurrido en ella, comentado con más o menos gracia, con mayor o menor ingenio ¡Y aquí surge el cronista taurino! Este tiene el deber de comentar, con arreglo a su especial criterio, los lances más importantes de la fiesta. Debe juzgarlos y clasificarlos. Debe dar a cada lidiador el pago a que por sus faenas se haya hecho acreedor. Y es ahora cuando afirma Don Modesto:
  Yo, por escribir en El Liberal, diario de la mañana, soy cronista taurino, no revistero de toros. Y añade inmediatamente: Muchos se lamentan de que en mis crónicas omito incidentes de la fiesta que tienen interés, y creen que lo hago por olvido. No señores, lo hago deliberadamente. Porque creo que mi misión se circunscribe a comentar lo de más bulto, y a dejar en la sombra lo anodino, fútil e insustancial. Y para terminar, proclama:

"Cronista soy, pues, y cronista seré mientras las circunstancias no dispongan otra cosa. Los que intentan mortificarme, llamándome despectivamente revistero de toros, no consiguen su propósito. En primer lugar porque el cargo no es deshonroso, y después, porque todos los revisteros de toros, que yo conozco, son personas dignísimas, mucho más inteligentes y con más sentido común que esos ridículos, sucios y fracasados pedantuelos que los combaten".
  Sobre la crónica taurina impresionista de Don Modesto escribe José María de Cossío, en el tomo II de Los Toros:


"Una concepción nueva de la revista taurina iba a implantarse por obra de un ingenioso revistero, que no fue, o acaso no quiso ser, sino eso: revistero taurino. (...) Don Modesto, que siempre ejerció su magisterio en las columnas de El Liberal, comienza a escribir hacia 1890, y ya en sus primeros tanteos procura encontrar una manera personal de enfocar la crítica de la fiesta. Coincide su época con la del Impresionismo, y esa intención periodística influye sin duda en la concepción de su menester periodístico y hace la crónica impresionista de la fiesta. De ella no escogió sino los momentos más expresivos para su relato y su ingenio aporta todo género de amenidades y anécdotas de distritos distantísimos para redondear el juicio. Este suele ser hiperbólico y desaforado, pero lo es viéndose la intención cómica del cronista, como se veía y con toda claridad en Sobaquillo (Mariano de Cavia), muy dado también a exageraciones jocosas. La crónica de Don Modesto no es siempre modelo de buen gusto literario, pero siempre es personal y apasionante. En su tiempo de plenitud, que fue el de la competencia de Bombita y Machaquito y posteriormente la de Bombita y Gallito, llegó a ser, sin disputa, el revistero de más prestigio y más leído de todos." 
María Celia Forneas; La crónica impresionista de Don Modesto  


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  Don Modesto fue el crítico que más pasiones desataba, el de más influencia y el que hacía subir la tirada del periódico cuando salían sus artículos de toros. Era irónico, beligerante y pendenciero y lo mismo usaba del estilo epistolar que del conversacional, del lírico que del escueto. LLevó a la crónica taurina rigor intelectual, agudeza de ideas, cierto conceptualismo y el gancho de sus titulares. Valga como ejemplo referido a la sosería de Vicente Pastor: "Es un huevo sin sal".
  Aunque José de la Loma se declare el primer cronista, la revista de Abenámar empieza a tener ya algo de crónica. Y no digamos la de Sobaquillo (Mariano de Cavia), con el que Don Modesto tiene muchas afinidades.
  Mariano de Cavia decía de sí mismo que no era un escritor taurino, sino "un modesto guisandero que da más importancia a la salsa que a los caracoles"; autoinculpación que, para desacreditarlo, aprovechó uno que firmaba sus revistas como Uno al Sesgo, diciendo que "Sobaquillo, hace sus crónicas como un estofado de conejo, pero sin conejo". El conejo, inexistente según Uno al Sesgo, eran, por supuesto, las peripecias de la corrida que Sobaquillo simulaba ignorar.
  De los reproches que se le han hecho a Don Modesto, el más acusado es la pluralidad de sus gustos y el de elogiar siempre al fenómeno de turno. Él lo atribuía al sentido común y a la obligación del periodista de seguir los vientos de la actualidad. Don Modesto no era crítico cambiante, sino acumulativo. Le cabían muchos toreros en la cabeza, como a los buenos aficionados les caben muchos toros. Sin que dejara de censurarlos cuando era menester, Don Modesto fue, sucesivamente, machaquista, pastorista, belmontista, gallista. Su unica pasión perdurable fue Bombita. José de la Loma es el claro precedente, lugar acaso compartido con Mariano de Cavia, de Gregorio Corrochano que excedió a sus precursores en estilo literario y en elegancia expresiva.

Javier Villán; La crítica taurina

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  Sobre su diversidad de gustos y alabanzas al figura de turno, no sin razón, Don Modesto escribió:

  Cuando Don Modesto contemplaba con el cabello erizado aquellas tremendas faenas de Bombita, con terribles bueyancones Don Modesto era bombista.
  Cuando a Don Modesto se le achicaba el corazón viendo a Machaquito acostarse en el morrillo como si se echara sobre un colchón de muelles, Don Modesto era machaquista.
  Cuando Don Modesto aclamaba frenético a Vicente Pastor, sereno, imperturbable, toreando y dominando con la izquierda como ninguno y arrancando a matar con los ojos clavados en las agujas para llegar a ellas con la mano, ¡ah!, entonces era pastorista.
  Cuando Don Modesto presenció aquella inenarrable faena de Belmonte el día 2 de mayo, y le vio de novillero dar cinco verónicas sin enmendarse, que no las había visto dar nunca, Don Modesto era belmontista.
  Y ahora que ve todas las tardes y en todas las corridas y en todos los toros, sean grandes o chicos, bravos o mansos, broncos o suaves, difíciles o inocentes, a Joselito, triunfar siempre, entendiéndolo todo, dominándolo todo, allanando obstáculos para otros, invencibles, como si fuesen leves montoncillos de arena, ahora es joselista, tiene que ser joselista; la razón, la lógica, el sentido común le impulsan a ser joselista.
  Este Don Modesto cambia de ídolo de día en día.


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Madrid, tarde del 16 de octubre de 1913, en principio se anunciaron toros de Bañuelos para Machaquito, Rafael El Gallo y Juan Belmonte


 Para finalizar, un escrito recogido el día después de tomar la alternativa Juan Belmonte en Madrid, en El Liberal del viernes 17 de octubre de 1913. Tras la crónica de una tarde agitada, con invasión del ruedo incluida, titulada "Lo que se temía ¡Once toros en el redondel!", a modo de conversación, Don Modesto deja una muestra de su extraordinaria clarividencia taurina reflexionando acerca de la labor de Juan y sus insólitas cualidades como torero. Ahí va:
  ¡Ya es matador de toros Juanito Belmonte!
  De la solemne ceremonia de su doctorado guardará el simpático trianero perdurable memoria.
  Todos sus mayores enemigos, en apretada piña y sabiamente aconsejados, no le hubieran logrado preparar una ratonera más hábil ni más astuta. Si ayer no cayó Belmonte desde su pedestal y se rompió la frente contra el suelo, fue precisamente por ser fenómeno. Fenómeno en lo suyo, no pretendan ustedes que ahora nos borre Belmonte a Salvador dando estocadas.
  Me dirijo a los que niegan el agua y el fuego al diestro de Triana. A los que con los lentes empañados por el uso, no ven, o no quieren ver, lo que es realmente fenomenal en este torero.
  Esa su manera de torear de capa y ese su modo de jugar la muleta, todo ello en lucha franca, cara a cara con el bruto, que "le lame" cien veces los alamares de la taleguilla, ni tiene ni ha tenido igual en la lidia de los toros. Es un asombro; es un caso increíble si no se viera. Es un fenómeno.
  Los rutinarios, los tradicionalistas, los enamorados del ayer, ponen el grito en el cielo cuando se nombra a Lagartijo y Frascuelo hablando del ayer.
  -¡Es un profanación!
  -¡Es un sacrilegio!
  -¡Es una herejía!
  Yo confieso que no me acuerdo de Rafael ni Salvador cuando veo torear de capa a Belmonte. ¿Para qué? ¡Cómo me he de acordar de Juan Pérez o de Pedro López oyendo una obra colosal de Wagner!
  Ni hay herejía, ni hay sacrilegio, ni hay profanación.
  Al hablar de Belmonte toreando de capa, no se puede uno acordar de nadie. Porque torea como nadie.
  Si Guerrita, Fracuelo y Lagartijo ganaban seis mil pesetas cuando se retiraron, Belmonte, sólo por torear de capa, debía ganar sesenta mil.
  ¡Cómo se reirán los viejos aficionados!
  -Este "Don Modesto" ha perdido el poco juicio que tenía -dirán.
  Sí, sí. Ríanse lo que quieran, pero díganme una cosa.
  ¿Quién ha toreado de capa como toreó ayer Belmonte el último toro?
  Un nombre. Venga un nombre.
  -El último era un choto. Con un toro de muchos cuernos le hubieramos querido ver.
  Bien. Admitido el argumento.
  ¿Es que Guerrita no ha matado muchos toros más pequeños que el último de ayer?
  Bueno; ¿pues a que toro pequeño de los muchos que ha matado Guerrita, le toreó nunca de capa, como toreo ayer Belmonte al suyo?
  Venga una fecha. Venga el nombre de ese torete.
  No se empeñen ustedes de que los ríos vayan cuesta arriba.
  La verdad, cuando es tal verdad, se impone por encima de todos los obstáculos que sobre ella se amontonen.
  Belmonte torea de capa como no ha toreado nadie. Y tanto es así, que los buenos toreros de hoy dicen que, como torea Belmonte no se puede torear. Que es lo mismo que decir que el trianero torea como no se ha toreado nunca.
  Que habrá otros toreros que entretengan y diviertan más porque son más largos de conocimientos y pueden lucir en cualquier momento de la lidia, eso es indudable.
  Pero torero que toreando de capa o de muleta llegue al fondo del espíritu del espectador y le emocione y le asombre y le estupefacte, eso uno solo. Uno hoy. Juan Belmonte.
  En fin, señores; si será grande el poder de este fenónomeno, que ayer, después de una desesperante corrida de bueyes, con el ánimo echando lumbre, al sentir en la piel la burla que de la afición se estaba haciendo, cuando al público le faltaba poco para estallar como un triquitraque, Belmonte, con un choto, hizo tales cosas toreando de capa y otras tales toreando de muleta, tan estupendas, tan maravillosas, tan enormes, que casi se olvidó el público de la "tardecita" que había pasado, y rompió a aplaudir, y sus mejillas enrojecieron de alegría y entusiasmo.
  -¡Muy bien! Pero eso que lo haga con un toro grande, si lo hace diré que es un fenómeno nunca visto, gritaba un tradicionalista.
  Vamos, menos mal que "aquéllo" le parecía bueno.

4 comentarios:

Andres de Miguel dijo...

Que interesante la distinción entre revistero y cronista. Ahora casi sólo hay cronistas y eso que hemos ganado, si el cronista es bueno te hace disfrutar de la corrida la hayas visto o no, como ocurre con este buen artículo que te hace disfrutar de la crónica taurina.
Muy bueno
Andrés de Miguel

Jose Morente dijo...

Interesante selección de textos las de esta entrada que es sumamente ilustrativa.

Por ejemplo, de la magnífica actitud de Don Modesto, abierto totalmente a los nuevos modos que llegaban al toreo de su época.

Creo que la postura de este magnífico cronista debería servir de ejemplo hoy, cuando hay tantos aficionados que mantienen un rechazo indiscriminado al toreo de nuestros días.

Saludos.

Dominguillos dijo...


Así es Andrés, aunque, lamentablemente, pienso que hoy no tenemos un cronista en prensa escrita que capte la atención de aficionados y de los que no lo son tanto, de los que han ido a la plaza o de los que simplemente quieren echar un buen rato de lectura y disfrutar con los innumerables incidentes que pueden ocurrir en una tarde de toros. En cambio, por la red y en algunos blogs, los hay que merecen la pena.

Un abrazo.

Dominguillos dijo...


José Morente: Totalmente de acuerdo con las palabras que usted apunta. En la época que vivió Don Modesto se dieron fuertes cambios y una evolución significativa que él supo apreciar y explicar de forma magistral.

La evolución en las últimas décadas no es tan acusada. Los toreros decimonónicos construyeron la casa, hoy se dedican a amueblarla. Los cambios son menores, aquellos construyeron el toreo moderno y los toreros de hoy lo depuran con la herramienta de la técnica, que alcanza cotas de perfección merced al toro que la mayoría de los ganaderos buscan. Como se suele decir, son "los gustos del público".

Me parecería interesante buscar las razones que han llevado a muchos aficionados a rechazar sistemáticamente el toreo de nuestros días, o mejor dicho, el toreo de algunas figuras de nuestros días. Nos llevaría tiempo y no lo voy a hacer ahora pero seguro que las hay de consideración, otras serán simplemente pura fobia.
En cualquier caso, siempre hubo partidarios y detractores, bienvenidos sean aunque la ceguera de la pasión los prive de sacar el máximo partido del arte.

Un abrazo